La épica de J.R.R. Tolkien

Por Jerónimo Corregido

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La épica de J. R. R. Tolkien

Tenía aproximadamente nueve años cuando me regalaron los dos primeros tomos de Las crónicas de Narnia de Lewis. Ávido, como siempre, comencé a escrudiñar las primeras hojas, mas poco duró mi entusiasmo, y no tardé en declarar que eso era «un libro para chicos». Así pues, al día siguiente fui a la librería para trocar a Lewis por algo que calmara mis ansias de aventuras. Fue entonces que di con El hobbit y mi vida cambió para siempre. No me parece un detalle menor haber cambiado a Lewis por Tolkien: quizás mi destino literario se estuviera forjando en ese mismo momento.

    Desde aquella edad temprana, mi vida estuvo plagada de hobbits, elfos y enanos; en poco tiempo devoré El señor de los anillos, El Simarillion, Egidio el granjero de Ham, Las aventuras de Tom Bombadil… La existencia comenzó a tomar forma de Tierra Media, las pequeñas encrucijadas diarias empezaron a llamarse «aventuras» y, sobre todas las cosas, la naturaleza dejó para siempre de ser el mero marco de fondo de mis andanzas para convertirse en el centro mismo de la acción. Comencé a sentir el gran anhelo por conocer lugares aún no explorados, por hollar arenas ignotas, por descubrir caminos que nadie recordara. Al mismo tiempo, mientras más me internaba en la obra de Tolkien, empecé a experimentar el «amor por los objetos hermosos creados con las manos y con el ingenio y con la magia». El amor por lo bello: ¿cuál es si no esa la más grande enseñanza de la obra de Tolkien? ¿Quién puede librarse, luego de la lectura de El señor de los anillos, del encanto de la orfebrería, de la cartografía, de las runas…?

    Tolerar el esplín diario con el estoicismo de Frodo, con la bravura de Hurin; cumplir las labores cotidianas con la constancia de Gandalf, con la determinación de Fëanor; nunca abandonar a los amigos en problemas, siguiendo el ejemplo de Bilbo en el Bosque Negro; desafiar la tiranía y la soberbia con la valentía de Aragorn, con el denuedo de Fingolfin: Tolkien arrojó sobre mi vida una mirada literaturizante. Ya ningún árbol quedó libre de la comparación con un Ent, ya ningún mar me encontró sin voluntad de navegar hacia el más occidental de los horizontes, ya ningún cielo dejó de recordarme el brillo de Lothlórien. Y a pesar del duro golpe a la imaginación que significaron las películas de Peter Jackson, mis grandes amigos de la Tierra Media siguieron siempre vivos y únicos en mi mente: nunca habrá Viggo Mortensen que se compare con mi Aragorn, ni Elijah Wood que tenga porte de hobbit.

    Quienes caminan por un bosque y solo encuentran leña, quienes se enfrentan a una colina y solo la entienden como un obstáculo, quienes contemplan el mar y solo ven agua…, esas son las mentes que aún no experimentaron las aventuras de la Tierra Media, aún no sintieron el ardiente anhelo de «partir y ver grandes montañas, y oír los pinos y las cascadas,  y explorar cavernas, y llevar una espada en vez de un bastón para caminar». Por mi parte, la música que elegí, la carrera que estudié, los amigos que preferí, y hasta estas mismas palabras que usted lee en este momento son causa de aquel temprano encuentro con la obra del viejo y querido J. R. R. Tolkien. Sin más, los invito a abrir la puerta y sumergirse en el Camino: quién sabe qué aventuras nos depara hoy.


Publicado en Gambito de papel N° 3, en abril de 2015.

1 comentario en “La épica de J.R.R. Tolkien”

  1. Tolkien me parece un escritor extraordinario, sus obras se basan mucho en fantasías. Incluso sus dos más grandes éxitos son: El hobbit y El Señor de los Anillos, son dos obras que para mí rompieron récord e incluso tuvo la oportunidad de trasladarlo a la versión de película.

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