Por Jerónimo Corregido
El escenario del bar «Jasz» de La Plata debería considerarse afortunado: debe de ser el trozo de la ciudad por el que más talento transcurre. Los músicos de jazz más destacados en el ámbito local y nacional suelen dejar su huella en la esquina de 9 y 53.
El sábado 1 de junio la propuesta llevaba como título «Noche de películas», y se trataba de un repertorio no especificado de música para cine, a cargo del violinista Esteban Rossi y el pianista Andrés Peláez, con la participación de la cantante Paula Tavernaberry, la bandoneonista Ana Escalada y la chelista Marisel Turkovich.
El lugar estaba colmado y el ambiente era distendido. Esteban Rossi comenzó con un introito a lo que se iba a escuchar, aunque el único leitmotiv del repertorio parecía ser el cine: cualquier canción que hubiera aparecido en una película. Entendido de esta manera, se podia esperar absolutamente cualquier cosa: desde las más olvidables escenas de Disney hasta alguna comedia de Francella. ¿Sería su ligazón con el cine lo único que le daría unidad a la lista de temas?
El violinista comentó con enorme entusiasmo la primera canción del repertorio, de la banda sonora de La Vitta è Bella: un tema que le iba dando la identidad esperada a la presentación, y que Esteban Rossi se encargó de dejar en claro que le gustaba mucho, no solo por sus justos histrionismos en la ejecución, sino por su expresa declaración al terminar el tema: «¡Está buenísimo!».
Ese «¡Está buenísimo!» se repetiría bastantes veces a lo largo de la primera parte del concierto, en la que solo tocaron el violinista y el pianista. Y el exabrupto era pertinente: sonaron joyas melódicas como «Cavatina» de la película Deer Hunter o el soundtrack de Ladies in Lavander; también hubo referencias esperadas y necesarias, como Schindler’s List y Midnight in Paris. De esta última, los músicos eligieron «Bistro Fada», un tema que generalmente se ejecuta con dos guitarras, y que pertenece al generoso género de gypsy jazz. El violinista, en su rol de maestro de ceremonias, aclaró que la empresa no sería simple y que sería bueno que el público no pusiera sus estándares muy altos. Eso causó bastante gracia y promovió el espíritu informal del concierto; además, a pesar de que la canción fue una experiencia maravillosa, llena de virtuosismo y expresión, uno se quedaba, en efecto, con la sensación de que «Bistro Fada» suena más aventurera cuando se la toca en guitarra.
Luego de un intervalo, se presentó a la cantante invitada, Paula Tavernaberry. La elección de temas en este segmento resultó algo ambiciosa, quizás por el vigor de las cantantes a las que se suele asociar con temas como «Someone to Watch Over Me»; el punto más alto puede haber sido «Somewhere Over the Rainbow», que uno ya relaciona tanto con ukeleles hawaianos que parece mentira que originalmente estuviera en la película The Wizard of Oz. También estaba claro a esta altura que el hilo conductor del repertorio no era el vínculo entre la música y el cine, sino la relación entre cierta música y cierto cine; en otras palabras, había un recorte estético muy consciente; algo así como lo que Raymond Williams llamaría «tradición selectiva»: de la totalidad de la experiencia entre cine y música, se tomaban solo algunas cuestiones que favorecían ciertas formaciones, ciertas escuelas. Hasta entonces, siguiendo esta idea, el recorte selectivo había respondido a las normas prestablecidas sobre cánones y taxonomías; en otras palabras, no había habido sorpresas, y la dicotomía música-cine seguía respondiendo a los mandatos de la ideología hegemónica.
En la última sección del concierto, se retiró la cantante y le dejó su lugar a la chelista Marisel Turkovich, quien fue recibida con entusiasmo por sus compañeros. En efecto, al sumar este tercer instrumento, el conjunto ganaba enormemente en profundidad y pathos, y uno se preguntaba por qué no habría estado el cello desde el comienzo. Esteban Rossi continuó presentando los temas y resumiendo brevemente las tramas de las películas: 2046, Rain, todas le causaban un gran enardecimiento que compartía con el público. Al final del repertorio, se sumó la bandoneonista Ana Escalada. Allí fue, tal vez, donde los cimientos de la tradición selectiva se tambalearon, donde expiraron los cánones, pues los temas que siguieron estuvieron mucho más relacionados con aquella cierta música que con el cierto cine con el que se la quería vincular; en otras palabras, se comenzó a poner de manifiesto que, a esta altura de la posmodernidad, cualquier canción puede ser música de cine, y que no hay nada en la música misma que la vincule a una película: todo eso se entreveía en un bandoneón. Esta discontinuidad teórica entre cine y música se evidenció cuando Esteban Rossi, al presentar «Adiós Nonino», admitió: «¡Y me enteré de que está en una película!». Con ello quería decir: «no importa que la música haya aparecido efectivamente en el cine, sino que se acople a nuestras principios estéticos»; principios que, por otra parte, parecen estar muy bien pulidos.
Celebro el proyecto de tocar música de jazz en violín y piano; celebro la problematización de los conceptos de música y cine; celebro que exista un lugar en La Plata donde uno pueda ir a experimentar estas cosas. Quiera el hado que este goce no sea hybris, y que la municipalidad no clausure este espacio, como ha hecho con tantos otros centros de resistencia cultural.