Un soneto a Orfeo, de Rilke – Trad. de Daniel Schechtel
Como, a veces, la hoja, apresurada,
roba al maestro el trazo verdadero,
así, el espejo quita a la sagrada
sonrisa de la joven su asidero,
cuando ella ausculta, sola, la mañana,
o a la luz de una lámpara leal.
Y el aliento de su rostro real,
más tarde, apenas un reflejo mana.
Qué habrá mirado el ojo en las cobrizas,
desfallecientes brasas del hogar:
atisbos de la vida, ya extraviados.
Ah, Tierra… ¿quién conoce tus cenizas?
Quien, a pesar de ellas, al cantar
alabe el corazón, al todo dado.