Las geografías del dolor y la enfermedad, por Anahí GZ

Después de la pandemia es imposible que el término enfermedad no emerja envuelto en llamas, con sus ojos diabólicos y un montón de leyendas a su alrededor. Claro que el Covid-19 acrecentó mi inestabilidad mental; ahora las sombras me muestran sus colmillos. Para aplacar la ansiedad puse mi energía en el trabajo, otro aspecto que retoza en límites amenazantes. Quisiera, por una vez, hacer algo que no me conduzca a la autodestrucción. Quisiera levantarme una mañana y respirar como si la vida fuera leve, como si no hubiera ningún quejido oculto bajo mi piel. Quisiera volar lejos, a un lugar donde nadie conozca mi nombre, donde el tono apocalíptico no me persiga en las madrugadas. Y es que últimamente el panorama mundial me mantiene agotada, sin armas para defenderme. No paso un solo día sin pensar en Virginia Woolf, en la despedida que le dedicó a su esposo: