Poesía

327-vacas.-Barnacle.-Gabriel-Pantoja

Selección de «327 vacas» de Gabriel Pantoja

Vi a dios en el ojo de una vaca. Pudo haber
sido de otra manera. Sí. Pero era dios y estaba
en una vaca y no fue de otra manera. Y yo
lo vi. Es casi natural, después de todo, que
esto hubiese tenido que sucederme. A mí.
Fue el martes a las 11. El martes 25. Fue al
cruzar la Gurruchaga. El martes 25 sobre la
Gurruchaga. Es natural. Dios flota en el agua
oscura del ojo de una vaca. Es natural y me reí.
Yo lo vi. Tuve que haberlo visto. Tuvo que
sucederle al tipo que era yo. Ahora, no soy
más ese tipo. Ahora recordé: había cruzado
yo alguna cosa, y sentí que dentro de esa cosa
estaban las demás cosas; yo había soñado un
viento golpeándome en la cara. Yo bajaba
en bicicleta, ciertamente, por la Gurruchaga;
en la Gurruchaga vi a dios y era una vaca y
me llamó. Allá fui y ahí es donde me quedé.
Estoy sentado ahora, en pelotas, flotando
dentro del ojo de una vaca, en la pileta del
agua negra de dios. Yo te llamo desde aquí,
a que vinieses. Porque aquí es el corazón que
bombea todas las cosas de la tierra. Este es
el sitio que mueve, como un álgebra, el ojo
de las cosas. Este es el corazón fijado en dios.
Recuerda. Será un martes. Tendrá que ser
un martes. Un martes 25 a las 11 en punto.
Bajarás por Gurruchaga.

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Portada del libro 'Las correspondencias' de Alí Calderón

Poemas de ‘Las correspondencias’ de Alí Calderón

Si por fin lo dijera?
Si mis palabras fueran fingimiento y ceniza?
Si disimulo y silencio y vergüenza
redujeran a polvo la andadura?
Si los días felices visión fuesen y envés
espejismo de lo no nunca sido?
Si el recaudo final
entregase moneda falsa y cobres
focos fundidos manchas
cortejos fúnebres al paso nada
apenas negras cruces
y anhedonia?
Si desconfianza y cardos
un segundo
no habitasen mi nombre y lo llagaran
y las palabras postración derrota
perdieran su sentido
yo podría
pero mi condición de enser de nula
presencia irremediable
de urracas remontando el cielo al norte
me interdicta
me obliga al cumplimiento
de las infames líneas de la mano
de la sonrisa el gesto siempre amable
las muertes cotidianas
Si frustración y branquias
y patíbulo dejasen su aquí
su irrevocable ahora?
Si finalmente al carajo
todo fuera?
Si ráfagas de viento
arrasaran lo que sea que soy
y asepsia?
Si el telón de la farsa levantase
mutis definitivo?

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Tres poemas de Ramiro Cachile

Mi casa sangra por las goteras en un barrio que ya
no la reconoce.
Se ha vuelto fea, inhabitable señalada por las uñas negras de la señora
que firma el certificado de defunción. Antes,
quiero decir,
cuando había registro del tiempo en los relojes de pared,
mamá nos llamaba a comer y mi casa temblaba desde
los cimientos
hasta la génesis de mis poemas. Algún día,
hablaré sobre aquel plomero que dijo tan campante
su casa tiene problemas intestinales y yo quise vomitar en el bidet. Fue un escándalo
que determinó mi oficio
y otras cosas poco importantes como papeles, abogados
y manutención.
Usted quizá no me crea, 
pero los domingos, 
mi casa, 
abre las ventanas y 
busca el sol como los perros para echarse a dormir.
Le arden las entrañas 
del goce, se lo juro,
de sólo conservar la memoria
de la familia que la habitó.

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Un soneto a Orfeo, de Rilke – Trad. de Daniel Schechtel

Como, a veces, la hoja, apresurada,
roba al maestro el trazo verdadero,
así, el espejo quita a la sagrada
sonrisa de la joven su asidero,
cuando ella ausculta, sola, la mañana,
o a la luz de una lámpara leal.
Y el aliento de su rostro real,
más tarde, apenas un reflejo mana.
Qué habrá mirado el ojo en las cobrizas,
desfallecientes brasas del hogar:
atisbos de la vida, ya extraviados.
Ah, Tierra… ¿quién conoce tus cenizas?
Quien, a pesar de ellas, al cantar
alabe el corazón, al todo dado.

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