Poemas de Michael Brennan (Australia)

EN EL JARDÍN

Alibi dice recordar que está en el útero de mamá y se pregunta si debería nacer. Como si ella tuviera oportunidad de opinar en algo así. "Claro, podría quedarme todo el día tirada, comiendo chucherías, bien calentita y nunca tendría que cagar ni bañarme ni lavar los platos. Los mormones no vendrían a tocarme la puerta, ni los encuestadores de productos chatarra, ni tendríamos que depender de sus testimonios". Supongo que tenía razón, que la había pasado bien, mejor que nosotros ahora, con mamá y papá en el cobertizo soldando restos de basura juntos todo el santo día. Dice que está construyendo una máquina del tiempo para nosotros y que iremos a visitar a mamá pronto, pero no sé a quién cree que está engañando con toda esa palabrería de neutrinos y dilemas espaciotemporales. Todos los días retraso un poco los relojes de la casa. Me robo un minuto aquí, treinta segundos allá, a veces cinco, diez son suficientes. Los llevo entonces y los planto en el patio trasero. Por la tarde los escucho crecer y por las noches florecen mientras bebo mi té en el último escalón. Escucho a papá en el cobertizo con ese frenético serruchar y el martilleo que últimamente ha sido tan tranquilizante. Sé que eventualmente, de una forma u otra, regresaremos y mamá se sentará conmigo en la oscuridad mirando los años y las horas que perdimos floreciendo juntos. Depositará su tazón junto a mí y luego se inclinará y pelará mi cara donde encontrará la tierra y el tiempo enredados, crecidos y podridos, y luego cavando debajo de ella, sacará puñados de luz y los lanzará hacia su propio camino.

después del circo

¿qué sol se pondrá aquí? encima de envoltorios de golosinas y talones de boletería obliterada ensuciando los predios donde se ensartan los tocones sobre el suelo compactado por una servidumbre piadosa -allí y allá y atrás y más atrás y aquí- sobre los ausentes pies burlones almas perdidas riéndose en la búsqueda de una luz bulliciosa y brillante no esta oscuridad incompleta esta media luz caída de la noche donde se tropieza con la estaca de la gran carpa el empleado grasiento con su dedo gordo del pie que por el golpe se vuelve negro con la mañana permaneciendo entre las luces de las hadas el resplandor dulcificado se alzaba entre las galerías de tiro al blanco absortas por los payasos risueños las cabezas ciegas se regresaban mirando hacia las impenitentes multitudes ruidosas que se evaporaban disminuidas y acechantes sin piedad sus manos alimentaron a los payasos los ojos fijos en la apuesta principal el gran premio relleno con pelusa de borra el mecanismo encubierto bajo pintura descascarada ya descolorida como la piel de los brazos del hombre fuerte donde un ancla se lanza subiendo y bajando por las mareas musculosas ustedes descuidados parientes del carnaval observadores papanatas pervertidos amas de casa simuladores sienten el lento gruñido del desaliento escuchan al órgano pronunciar las promesas fuera de tono la melodía familiar el guion sin esfuerzo ¿mientras brincas para conseguir tus dos dignos chelines? bajo una gruesa lona hipnotizado por acróbatas y contorsionistas por el mono loco disfrazado de Napoleón montado sobre el lomo de una mula escuchas a tientas las notas de tres dedos del violinista un cangrejo lisiado barrenando su diapasón rafagueado con música desvanecido y expulsado tocas la empuñadura que te ofrece el tragamonedas y los latidos del corazón se deslizan limpiamente desde la garganta hasta el pecho innecesariamente te sientes más cerca mientras tus sueños mudos y enjaulados se alejan la comitiva parece interminable bien entrenados los payasos caen de las puertas del coche las patadas la hilaridad desordenada adornando las primeras filas con baldes de confeti y agua fuego que salta de la yema de un dedo al aire juegos malabares entre cuchillos ruido y oscuridad la mujer barbuda canta un aria un hombre raquítico camina sobre vidrios rotos suspenden a un enano de sus testículos con cadenas hechas de seda otro desliza pinchos por las mellijas y la lengua sus ojos enfocados en un horizonte ves cimas de lentejuelas llenas de pechos plumas haciendo cosquillas de modo que la multitud jadea resuella y se ríe pero aguantas la respiración esperando que la verdad de todo esto se hunda más tarde acurrucada entre los remolques de la caravana tu lengua borracha se abre paso entre las palabras los labios mojados de la adivina china se separan y te dejan dibujar las profecías del extraño lenguaje de tu futuro detrás de todo el zumbido y el ronroneo del generador eléctrico y de la multitud riendo eructando levantando nubes de pegajosa dulzura y humo el sudor cayendo de la luz y el sol saliendo lentamente sobre el lote ahora vacío donde cada cosa recordada se escapa excepto la encorvada nariz del maestro de ceremonias los anglo-romanos enganchados en el centro de la atención y la mirada fija del lanzador de cuchillos suspendida en la mitad del aire circundante un oscuro olvido al que arrastras contigo mientras renqueas a trompicones por la cerretera

EL MUNDO YA ERA EL MUNDO

El mundo ya era el mundo y estábamos buscándonos a nosotros mismos. Como una palabra mal pronunciada, seguíamos repitiendo nuestros nombres, cada sílaba una rebanada de concreto atada por seguridad a nuestros pies. En aquellos días, había historias, un tío ascendiendo a los cirros, una tía que nunca volvió a salir a la superficie, soñábamos con el largo camino angosto, la precisión de un copo de nieve cayendo, el giro equivocado que siempre nos llevaba allí. Al final salimos más allá del matorral, al descampado, pensando en cosas poco sofisticadas, apilamiento de ramas y barriles de puerco, la luz en su sonrisa o el momento en medio de una entrevista, en que ella lo alcanzó y le tocó la mano.

GEORGIA HABLA CON UN PINTOR

Por la forma en que el espíritu rastrea, con pinceladas o palabras, tendrías que hacer las cosas bien, Buckley, sientiendo cómo la luz no cae aquí afuera. Las olas de imágenes te llenan, así que no hay nada más que pintar, aunque no te guste, ese país que está en ti, el polvo rojo que recubre todo en un solo lugar o el granito ahora, debajo de tus pies una isla, cuarzo y fesdelpato enfriado bajo un océano que hace millones de años, antes de tu llegada, se fue. El cerco de zarzo es un borde borroso en la distancia, la melancolía de las casuarinas es extraña, casi humana con sus brazos lánguidos, ante una brutalidad de luz que en otro idioma podría ser lo que es. Ráfagas que recogen arenas amarillas, lenta erosión, no hay primer plano, no hay espalda, muérdago arlequín, arbusto de cerezo, la roca que está frente a ti sostiene la luz, canta como todo lo demás aquí, un silencio que busca en el corazón. Así que trabajas diez lienzos a la vez aunque no hay un punto focal, ninguna catedral para pasar el tiempo, para rastrear los cambiantes planos del día, para asegurar el significado, sólo lo que está formado por vientos, polvo, rock y canciones ahora a medio escuchar, nombres medio muertos, desaprensivos esparcidos en un mapa. La idea de ir a otra parte o terminar como una de esas figuras en un paisaje que señala el camino hacia adelante, a algo pintoresco más allá del marco, la perspectiva deformada por un nuevo Edén, alguna antigua Arcadia esperando ser saqueada, una mentira como la que el vacío reunió y nombró y transportó aquí para construir. Tus ojos trazan el matorral, los eucaliptos de maná y los eucaliptos amarillos que cubren el paisaje, los eucaliptos rojos dibujan una línea vertical como un hombre que practica toda su vida para decir una sola palabra, orientarse en un lugar que sólo puede alcanzar lentamente. Cruzando la lava, el basalto, el tiempo te descubre, descubre la tierra, un aspecto de la luz, entonces lo que abtraes no es el yo, no un lugar, no un momento sino todo lo dicho por marcas, cicatrices en una mayor inmensidad compartida, un espacio plano de color pardo, una quietud donde los delirios del horizonte han sido borrados, las pieles desolladas, como si la muerte pudiera desprenderse, su carne se dejará secar al sol y el tiempo se curvará sobre sí mismo, una cáscara. Miras en lenguas de luz, escuchas con los ojos, desentierras el espíritu de entre los huesos y los rayos del sol, tal vez el amor, en manchas de luz sin cielo, aprendiendo el país, hablándolo como te habla.

allí y entonces

amigos en un campo sus sombras se extienden por la tierra del barbecho y yo estoy ocupado tratando de ponerme al día pidiéndoles que me esperen un momento la voz no me es familiar y las palabras no son mías y cuando me despierto me doy cuenta de que lo último que les dije podría haber sido el nombre de la ciudad que todos buscábamos pero ahora es una mañana de verano la luz se vuelve urgente con el día sábanas desparramadas en el filo de la cama y en ese momento mi mente se amplifica este nombre palabra o pensamiento se ha ido pero tal vez flote allá arriba con ellos en la ciudad de más allá del viejo tejabán a la orilla de la parcela con su arrumbada colección de herramientas picos y azadas y palas todavía endurecidos entre la tierra y el limo el viejo arado de dos surcos y una batea de los comederos vacía hay un árbol de pérsimo con su delgada capa de hojas y sus ramas pesadas por los redondos anaranjados frutos densos y maduros y un matorral de romero que se extiende en el sol de otoño enloquecido como si pudiera tomar el mundo con sus dientes gruesos y ásperos el fuerte olor que se adhiere a la piel y dura todo el día incluso después de despertar pero al pensar en esa ciudad a la que mis amigos han ido mirando por la ventana la luz del verano el cielo azul del cielo allá afuera cruzo el viejo tejabán donde el terreno angustiado forma los primeros signos de un camino entre los cerezos que bordean la parcela a donde un par de zanates que vienen del norte gargantas silentes tan cremosas y emblanquecidas como el cielo de pizarra plana revolotean entre algún recuerdo de la primavera el que se ha ido o el que está adelante

Michael Brennan nació en 1973. Poeta, editor y académico. Es director de la prestigiosa editorial Vagabond Press. Ha merecido distintas distinciones, como el Mary Gilmore Award, el William Baylebridge Award y el Grace Leven Prize. Es autor de libros como The Imageless World (2003), Unanimous Night (2008), Autoethnographic (2012) y The earth here (2018). Su poesía ha sido traducida al francés, español, italiano, japonés, chino y vietnamita. Actualmente radica en Tokio.

Estos poemas fueron publicados en En el lugar de la luz. Poetas de los cinco continentes. Antología del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México 2018 (2018), editado por Círculo de Poesía.

Las traducciones son de Mario Bojórquez.

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