On Melancholy, de Alejandro Bekes

El destino de las palabras, como el de los hombres, puede ser asombroso. Para los médicos de la Grecia clásica, encabezados por Hipócrates, melankholía era una patología causada por la presencia de bilis en la sangre, es decir, por una desafortunada mezcla de humores corporales. El vocablo, de hecho, fue correctamente traducido al latín por atrabilis, “bilis negra”. Es claro que ya en la antigüedad se atribuyó a problemas orgánicos el mal humor permanente, unido al desgano y al desaliento que se alternan con bruscos accesos de ira, de donde la palabra vino a significar, por metonimia y de modo característico, “mal humor”, “humor atrabiliario”. El término, por otra parte, integraba la teoría hipocrática de los cuatro humores o temperamentos: flemático, sanguíneo, bilioso y melancólico; a cada uno le correspondía una estación del año y uno de los cuatro elementos de la naturaleza. Había, pues, un typus melancholicus (relacionado con el otoño y con la tierra) que se hallaba predispuesto a contraer la afección llamada melancolía. [1] El diccionario español define la melancolía como una “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente”; agrega que ésta nace de “causas físicas o morales” y que quien la padece “no encuentra gusto ni diversión en nada”. La breve evolución del concepto no encierra mayor misterio, pero no explica el prestigio que la palabra fue ganando, a lo largo de siglos, en la poesía de Occidente, y que a fuerza de efusiones sentimentales (recordemos al impenitente Neruda juvenil de los Veinte poemas) nos parece hoy, quizá, algo desvaído, si no marchito del todo. Es una lástima, porque es un vocablo más expresivo y sobre todo menos deprimente que “depresión”. Parece típico de nuestro tiempo que una voz clínica haya reemplazado a la literaria; pero también “melancolía” fue, como vemos, un término médico. Quizá haya que buscar su raro valor lírico en su intrínseca musicalidad, en su resonancia ligeramente misteriosa.

     Cuando Robert Burton dio a la estampa, en 1621, la primera y más breve versión de su Anatomy of Melancholy, los ingleses que leyeron u hojearon sus 900 páginas tendrían bien presentes las palabras que Hamlet, enlutado príncipe de los melancólicos, suelta ante los espías de su falso rey:

I have of late –but wherefore I know not– lost all my mirth, forgone all custom of exercises; and indeed it goes so heavily with my disposition that this goodly frame, the earth, seems to me a sterile promontory, this most excellent canopy, the air, look you, this brave o’erhanging firmament, this majestical roof fretted with golden fire, why, it appears no other thing to me than a foul and pestilent congregation of vapours. What a piece of work is a man! how noble in reason! how infinite in faculty! in form and moving how express and admirable! in action how like an angel! in apprehension how like a god! the beauty of the world! the paragon of animals! And yet, to me, what is this quintessence of dust?

“Desde hace un tiempo —pero la causa no la sé— he perdido toda mi alegría y olvidado todas mis habituales ocupaciones; y sin duda esto pesa tan gravemente en mi disposición, que esta estupenda arquitectura, la tierra, me parece un estéril promontorio; este dosel magnífico del aire que veis, este alto firmamento colgado sobre nosotros, este majestuoso techo esmaltado con dorado fuego, ay, todo esto se presenta a mis ojos como una torpe y pestilente aglomeración de vapores. ¡Qué obra maestra es un hombre! ¡Qué noble es su razón! ¡Qué infinitas sus facultades! En forma y movimientos, ¡cuán expresivo y admirable! En su acción, ¡qué parecido a un ángel! En su entendimiento, ¡qué semejante a un dios! ¡La belleza del mundo, el paradigma de los vivientes! Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo?” (Hamlet, Acto II, Escena II)

     El inicio del tratado de Burton recuerda vivamente el pasaje de Shakespeare, como si fuera una amplificación retórica (una amplificación anhelante, acuciante, asmática) de aquél:

Man the most excellent and noble creature of the world, the principal and mighty work of God, wonder of Nature, as Zoroaster calls him; audacis naturae miraculum, the marvel of marvels, as Plato; the abridgment and epitome of the world, as Pliny; microcosmus, a little world, a model of the world, sovereign lord of the earth, viceroy of the world, sole commander and governor of all the creatures in it; to whose empire they are subject in particular, and yield obedience; far surpassing all the rest, not in body only, but in soul; imaginis imago, created to God’s own image, to that immortal and incorporeal substance, with all the faculties and powers belonging unto it; was at first pure, divine, perfect, happy, created after God in true holiness and righteousness; Deo congruens, free from all manner of infirmities, and put in Paradise, to know God, to praise and glorify him, to do his will, Vt diis consimiles parturiat deos (as an old poet saith) to propagate the church.
But this most noble creature, Heu tristis, et lachrymosa commutatio (one exclaims) O pitiful change! is fallen from that he was, and forfeited his estate, become miserabilis homuncio, a castaway, a caitiff, one of the most miserable creatures of the world, if he be considered in his own nature, an unregenerate man, and so much obscured by his fall that (some few relics excepted) he is inferior to a beast, Man in honour that understandeth not, is like unto beasts that perish, so David esteems him: a monster by stupend metamorphoses, a fox, a dog, a hog, what not? Quantum mutatus ab illo! How much altered from that he was; before blessed and happy, now miserable and accursed; He must eat his meat in sorrow, subject to death and all manner of infirmities, all kind of calamities.

“El hombre, la más excelente y noble criatura del mundo, la principal y magnífica obra de Dios, maravilla de la naturaleza, según lo llama Zoroastro; audacis naturae miraculum, maravilla de maravillas, según Platón; el resumen y compendio del mundo, según Plinio; microcosmus, un pequeño mundo, un modelo del mundo, soberano señor de la tierra, virrey del mundo, único comandante y gobernador de todas las criaturas; a cuyo imperio éstas están sujetas una por una y rinden obediencia; que sobrepasa por lejos a todas las otras, no sólo en su cuerpo sino en su alma; imaginis imago, creado a imagen del propio Dios, de esa inmortal e incorpórea sustancia, con todas las facultades y poderes que le pertenecen; que fue al principio puro, divino, perfecto, feliz, creado por Dios en verdadera santidad y rectitud; Deo congruens [semejante a Dios], libre de todas las enfermedades y puesto en el Paraíso, para conocer a Dios, para glorificarlo y hacer su voluntad, ut diis consimiles parturiat deos [para que dé a luz dioses iguales a los dioses] (como dijo un viejo poeta), para propagar su iglesia.

“Pero esta nobilísima criatura, Heu tristis et lachrymosa commutatio (exclamó alguno), ay triste y lamentable transformación, cayó de donde estaba y fue privado de su estado, devino un miserable homúnculo, un náufrago, un despojo, una de las más míseras criaturas del mundo, si debe ser considerado en su propia naturaleza, un ser no regenerado, y a tal punto oscurecido por su caída que (salvo por algunas reliquias) resulta inferior a una bestia: “El hombre que no entiende de honor es como las bestias que perecen”, según juzga David: un monstruo de asombrosas metamorfosis, un zorro, un perro, un cerdo, ¿qué cosa no? Quantum mutatus ab illo! ¡A qué punto cambiado de lo que era! Antes bendito y feliz, ahora miserable y maldito; debe comer su pan en la desdicha, sometido a la muerte y a toda suerte de enfermedades y a toda clase de calamidades.”

     Así pues, la raíz de la melancolía (tal como el categórico bardo y luego el copioso ensayista la entendieron) es simplemente la condición humana, o acaso el pecado original, según se elija definir lo que también se llamó tiempo después el “mal metafísico” y antes el spleen y de manera más clásica taedium vitae. El cual no es mero aburrimiento, sino esa rara cosa que los franceses llaman ennui, con desmayada palabra que no parece encontrar equivalente en el rústico y animoso castellano y que ha desalentado y desalentará siempre a los traductores de Baudelaire… No obstante, aquí el doctor Russell P. Sebold, en su espléndida y polémica Trayectoria del Romanticismo español, me recuerda que ya don Juan Meléndez Valdés había encontrado, a fines del XVIII, la denominación más exacta para la melancolía romántica, y la había estampado en un poema que precisamente alude a aquella en el título.

     No es sorprendente (escribe Sebold) que al sentirse el romántico rechazado por cielo y tierra y al experimentar así todo el mundo en torno suyo como un enorme vacío en el que no se le cumplirá ninguna de sus aspiraciones, no es sorprendente, digo, que en tales circunstancias, el romántico encuentre un nuevo paralelo entre el vacío macrocósmico y el vacío microcósmico de su propio corazón hastiado. Ya en el famoso pasaje de la elegía de Meléndez Valdés “El melancólico, a Jovino” (1794) en el que se forjó el nombre español del dolor romántico, se presenta la pena del alma sensible como originada de una dialéctica entre un vacío exterior y otro interior: “… mi espíritu, insensible / del vivaz gozo a la impresión suave, / todo lo anubla en su tristeza oscura, / materia en todo a más dolor hallando, / y a este fastidio universal que encuentra / en todo el corazón perenne causa”.[2]

     Excede largamente mi paciencia mostrar aquí la razón por la que una afección moral (o psicosomática, si se prefiere, pero con raíces sociales y políticas y religiosas…) llegó a adquirir rango de experiencia poética; me limitaré a decir que esto sucedió en el último tramo del siglo XVIII y que el proceso está bien estudiado en el libro de Isaiah Berlin Las raíces del romanticismo. O en fin, para no limitarme tanto y ganarme acaso la enemistad del lector, diré también que los hombres de entonces, sintiéndose desposeídos de sus bienes económicos y espirituales por las violencias de la época (signada ya por la revolución industrial), sintiéndose condenados a la pobreza o a la desdicha, optaron por atribuir a esos males un mérito propio y singular. Trataron, cristianamente, de darle al dolor un valor positivo. El Evangelio había dicho: “Felices los que lloran, porque serán consolados.” Los románticos afirmaron estar orgullosos de su llanto, y más aun si ese llanto no esperaba ningún consuelo, ni en este mundo ni en el otro, por si lo hubiera. En todo caso, sentirse excluidos, condenados, malditos, fue suficiente premio en medio de un mundo que despreciaban, o que decían despreciar, con cierto inocultable resentimiento. Pero acaso esta descripción peque de ligera, y quien escuche al más alto de los románticos, a John Keats, hablarnos expresamente de la melancolía, comprenderá quizá que hay en ésta algo más importante que la autocompasión, algo más hondo incluso, tal vez, que aquel hondo “goce de la melancolía” de Goethe, auténtico grito del alma, al que Beethoven supo incorporarle una música y una voz inolvidables:

WONNE DER WEHMUT

Trocknet nicht, trocknet nicht,
Tränen der ewigen Liebe!
Ach, nur dem halbgetrockneten Auge
Wie öde, wie tot die Welt ihm erscheint!
Trocknet nicht, trocknet nicht,
Tränen unglücklicher Liebe!

GOCE DE LA MELANCOLÍA

¡No os sequéis, no os sequéis,
lágrimas del eterno amor!
¡Ay, desierto, en el ojo a medias seco,
y como muerto el mundo se aparece!
¡No os sequéis, no os sequéis,
lágrimas del desgraciado amor!

     Dicen que Burton escribió la Anatomía de la Melancolía para librarse de la melancolía. Victor Hugo, en El hombre que ríe, ha dicho que la mujer se consuela con el amor, el bosque con la curruca y el filósofo con el epifonema. Sin duda el poeta intenta curarse de la melancolía poniéndola en verso, musicalizando su decepción y su angustia. Así ha sido siempre, mucho antes, es obvio, de que los románticos le impusieran su sello. No hace falta decir que en castellano tenemos más que abundante literatura sobre el asunto, desde José Cadalso, al menos, hasta Luis Cernuda, o mejor todavía, hasta nuestro José Luis García Martín, pero creo que nadie ha mostrado mejor ni con mayor seriedad y delicadeza los ropajes de la melancolía que Rubén Darío, y no sólo, está claro, en el poema que lleva justamente ese título:

MELANCOLÍA

Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de ensueño y loco de armonía.

Ese es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentasque llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo.
A veces me parece que el camino es muy largo
y a veces, que es muy corto.

Y en este titubeo de aliento y agonía
cargo, lleno de penas, lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?

     He reunido aquí un negro ramillete (una melanoantología) de versiones de poemas melancólicos, plúmbeos, otoñales o atrabiliarios. Las variaciones del sentimiento que en ellos se observan no sólo se deben (como el lector avisado comprenderá) a la condición y estilo peculiar de cada poeta, sino también al azar que puso estos textos bajo mis ojos. Empiezo por el melodioso ruiseñor de Petrarca (1304-1374), que volvió a trinar en Occidente con los acentos que Virgilio le había prestado en las Geórgicas, y que expresa como ninguno la melancolía de la pérdida y de la muerte. Le sigue un soneto de Camões (1524-1580), que indaga la presencia de una cosa dolorosa y sin nombre en el alma del amante ya desdichado y sin ilusiones. Viene después, contrariando la cronología, Iacopo Sannazaro (1455-1530), famoso en el Renacimiento como autor de unas Églogas que recordaría el bachiller Sansón Carrasco en el capítulo final del Quijote (donde asimismo se habla, ay, de melancolías); el soneto aquí traducido recrea un pasaje de las Elegías de Propercio (2.11), que también expresa el despecho del poeta por la mujer que no recompensará con caricias sus encomios en metro. Sería muy lindo (pero no es este el lugar de hacerlo) mostrar de qué modo el poeta italiano amplifica y al mismo tiempo reduce la concisión estupenda del latino.[3] En todo caso, creo que el texto de Sannazaro es un ejemplo magnífico de humor atrabiliario y de maldición indirecta y rotunda.

     Traigo enseguida un grave soneto de Shakespeare, que melancólicamente previene el desdén del amado. He optado por dejar de lado la rima en mi versión (espero que no demasiado indigna) de la espléndida oda de Keats, escrita en 1819. En ella todo es admirable, pero en particular lo es el inicio in medias res. El poeta había redactado, según se ha sabido y refiere Cortázar, una estrofa preparatoria, cargada de símbolos muy explícitos, que con sabiduría excluyó finalmente. Viene a continuación el poema de Leopardi A sè stesso, tantas veces citado y traducido, pero también inexcusable en cualquier antología melancólica que se precie de tal. Le sigue el cardinal soneto El desdichado de Gérard de Nerval, cuyos enigmas y símbolos he tratado de dilucidar hace tiempo, sin duda con escasa fortuna.

     Contra la impenetrable negrura de Leopardi, parece de oro y rosa la “Languidez” de Verlaine (1844-1896); no obstante, recordaré aquí que el poeta francés se definió a sí mismo como un “saturnino”, nacido bajo la influencia de un planeta de plomo; su melancolía, aquí modestamente titulada Langueur, aparece representada en un cuadro arquetípico, el del Imperio en su decadencia. Sigue a esto un delicado paisaje oriental de Albert Samain (1858-1900), en tres melancólicos cuadros, y luego un poema de la zona legible de Mallarmé, y finalmente un breve texto otoñal de Rainer Maria Rilke, que tomé prestado y recreé de la antología de Rodolfo Modern. Sé que se podrían agregar muchos textos a este caprichoso bouquet melancólico. Pero me declaro aquí desanimado para proseguir. Forse altro canterà con miglior plettro.

Concordia, 13 de marzo, 2009

NOTAS

[1] Estas noticias provienen de la Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, de Reale y Antiseri, y del libro La melancolía, del doctor Tellenbach.
[2] Sebold, 1983, Trayectoria del Romanticismo español, Barcelona, Crítica, pp. 24-5. Las cursivas en el verso de Meléndez son por supuesto de Sebold.
[3] Transcribo, para quien guste hacer la comparación, los versos de Propercio: Scribant de te alii uel sis ignota licebit: / laudet, qui sterili semina ponit humo. / Omnia, crede mihi, tecum uno munera lecto / auferet extremi funeris atra dies; / et tua transibit contemnens ossa viator, / nec dicet ‘Cinis hic docta puella fuit’.

Francisco Petrarca
Sonetto 311

Quel rosignuol che sì soave piagne
forse suoi figli o sua cara consorte
di dolcezza empie il cielo e le campagne
con tante note sì pietose e scorte,


e tutta notte par che m’accompagne
e mi rammente la mia dura sorte,
ch’altri che me non ò di chi mi lagne
ché ‘n dee non credev’io regnasse Morte.


O che lieve è inganar chi s’assecura!
Que’ duo bei lumi assai più che ‘l sol chiari
chi pensò mai veder far terra oscura?


Or cognosco io che mia fera ventura
vuol che vivendo e lagrimando impari
come nulla qua giù diletta e dura!
Soneto 311
El ruiseñor aquel, que se lamenta
por sus hijos tal vez, o por su amada,
y dulcemente el cielo, el campo alienta
con música piadosa y modulada,

me sabe acompañar toda la noche
y recordarme así mi duro sino;
que sólo sobre mí cae mi reproche:
no pensé que muriera lo divino.

¡Qué fácil, engañar a quien confía!
Los ojos en que el sol se complacía
¿quién pensó que se hicieran tierra oscura?

Nunca ya mi ventura me defienda
de que con vida y llanto esto comprenda:
nada aquí abajo nos deleita y dura.
Luís de Camões
Soneto 3

Busque Amor novas artes, novo engenho,
para matar-me, e novas esquivanças;
que não pode tirar-me as esperanças,
que mal me tirará o que eu não tenho.

Olhai de quê esperanças me mantenho!
Vede que perigosas seguranças!
Que não temo contrastes nem mudanças,
andando em bravo mar, perdido o lenho.

Mas, conquanto não pode haver desgosto
onde esperança falta, lá me esconde
Amor um mal, que mata e não se vê.

Que dias há que n’alma me tem posto
um não sei quê, que nasce não sei donde,
vem não sei como, e dói não sei por quê.
Soneto 3

Nuevas artes Amor para matarme
busque, y un nuevo ingenio y acechanza;
no puede ya quitarme la esperanza:
¿cómo lo que no tengo ha de quitarme?

¡De qué ilusiones debo sustentarme!
¡Qué peligrosa fuera la confianza!
Y no temo contraste ni mudanza
en bravo mar, sin leño al que aferrarme.

Que aun cuando no puede haber despecho
donde no hay esperanza, allí me esconde
mi Amor un mal que mata y no se ve.

Que hace días me ha puesto aquí en el pecho
un no sé qué, que nace no sé dónde,
y llega y duele, aunque no sé por qué.
William Shakespeare
Sonnet XLIX

Against that time, if ever that time come,
When I shall see thee frown on my defects,
Whenas thy love hath cast his utmost sum,
Called to that audit by advised respects;

Against that time when thou shalt strangely pass
And scarcely greet me with that sun thine eye,
When love, converted from the thing it was,
Shall reasons find of settled gravity:

Against that time do I ensconce me here
Within the knowledge of mine own desert,
And this my hand against myself uprear,
To guard the lawful reasons on thy part.

To leave poor me thou hast the strength of laws,
Since why to love I can allege no cause.
Soneto XLIX

Contra ese tiempo, si ese tiempo viene,
cuando muestres tu ceño a mis defectos,
y ya tu amor, sumando lo que tiene,
rinda cuenta ante lógicos respectos;

contra ese tiempo, cuando ajeno vayas
y el sol de tu ojo apenas me salude,
cuando el amor, tornado hacia otras playas,
tras razonable gravedad se escude;

contra ese tiempo aquí yo me resguardo
en el saber de lo que yo merezco
y tu razón legal contra mí guardo
y por ti alzo esta mano y comparezco.

Ley te asiste, ay de mí, para dejarme,
sin causa que yo alegue para amarme.
John Keats
On Melancholy

No, no, go not to Lethe, neither twist
Wolf’s-bane, tight-rooted, for its poisonous wine;
Nor suffer thy pale forehead to be kiss’d
By nightshade, ruby grape of Proserpine;
Make not your rosary of yew-berries,
Nor let the beetle nor the death-moth be
Your mournful Psyche, nor the downy owl
A partner in your sorrow’s mysteries;
For shade to shade will come too drowsily,
And drown the wakeful
anguish of the soul.

But when the melancholy fit shall fall
Sudden from heaven like a weeping cloud,
That fosters the droop-headed flowers all,
And hides the green hill in a April shroud;
Then glut thy sorrow on a morning rose,
Or on the rainbow of the salt-sand wave,
Or on the wealth of globed peonies;
Or if thy mistress some rich anger shows,
Emprison her soft hand, and let her rave,
And feed deep, deep upon her peerless eyes.

She dwells with Beauty – Beauty that must die;
And Joy, whose hand is ever at his lips
Biding adieu; and aching Pleasure nigh,
Turning tu poison while the bee-mouth sips:
Ay, in the very temple of Delight
Veil’d Melancholy has her sovran shrine,
Though seen of none save him whose strenuous tongue
Can burst Joy’s grape against his palate fine:
His soul shall taste the sadness of her might,
And be among her cloudy trophies hung.
De la melancolía

No acudas al Leteo, ni retuerzas las duras
raíces del acónito de ponzoñoso jugo,
ni dejes que en tu frente deje su beso pálido
la roja belladona de la vid de Perséfone;
no te hagas un rosario con las bayas del tejo,
ni sea el escarabajo o la oscura falena
tu Psiquis enlutada, ni el emplumado búho
                   se asocie a los misterios de tu pena.
Pues la sombra a la sombra letárgica vendría
y ahogaría la angustia desvelada del alma.

Mas cuando caiga la melancolía
súbita desde el cielo, como una nube en llanto
                    que alimenta las flores cabizbajas
y amortaja las verdes y rientes colinas,
sacie entonces la rosa matinal tu congoja
o la irisada sal de la ola en la arena
o la opulencia de las curvadas peonías;
                    O, si tu amada muestra un hondo enojo,
aprisiona su blanda mano y deja que rabie
y hondo, muy hondo bebe de sus impares ojos.

Mora con la Belleza…, la Belleza que muere,
y la Alegría, siempre con la mano en los labios
diciendo adiós, y el Goce que se acerca doliente,
tornándose veneno mientras la abeja liba:
sí, que en el propio templo del Deleite, velada
tiene su soberano altar la Melancolía,
mas sólo puede verla quien con lengua tenaz
rompe en su paladar las uvas de la Dicha:
su alma habrá de gustar su triste poderío
y entre oscuros trofeos colgarán sus despojos.
Giacomo Leopardi
A sè stesso

Or poserai per sempre,
Stanco mio cor. Perì l’inganno estremo,
Ch’eterno io mi credei. Perì. Ben sento,
In noi di cari inganni,
Non che la speme, il desiderio è spento.
Posa per sempre. Assai
Palpitasti. Non val cosa nessuna
I moti tuoi, nè di sospiri è degna
La terra. Amaro e noia
La vita, altro mai nulla; e fango è il mondo.
T’acqueta omai. Dispera
L’ultima volta. Al gener nostro il fato
Non donò che il morire. Omai disprezza
Te, la natura, il brutto
Poter che, ascoso, a comun danno impera,
E l’infinita vanintà del tutto.
A sí mismo

Reposarás por siempre,
cansado corazón. Murió el engaño extremo,
que eterno me creí. Murió. Bien siento
que de bellos engaños
no ya esperanza, hasta el deseo ha muerto.
Reposarás. Bastante
palpitaste. No vale cosa alguna
tus afanes, ni es digna de suspiros
la tierra. Amargo tedio
la vida, nada más; y es fango el mundo.
Quieto ya. Desespérate
una vez más. Nuestro destino es sólo,
sólo morir. Despréciate y desprecia
tu condición, el ciego
poder que, oculto, en común daño impera,
y la infinita vanidad del todo.

Gérard de Nerval
El desdichado

Je suis le Ténébreux, le Veuf, l’Inconsolé,
Le prince d’Aquitaine à la tour abolie:
Ma seule étoile est morte, – et mon luth constellé
Porte le soleil noir de la Mélancolie.

Dans la nuit du tombeau, toi qui m’as consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d’Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon cœur désolé,
Et la treille où le pampre à la rose s’allie.

Suis-je Amour ou Phébus ?… Lusignan ou Biron?
Mon front est rouge encor du baiser de la reine;
J’ai rêvé dans la grotte où nage la sirène…

Et j’ai deux fois vainqueur traversé l’Achéron:
Modulant tour à tour sur la lyre d’Orphée
Les soupirs de la sainte et les cris de la fée.
El desdichado

Yo soy el Tenebroso, el Viudo inconsolado,
de la Torre aquitana señor sin dinastía.
Mi única estrella ha muerto; mi laúd constelado
lleva en sí el negro sol de la melancolía.

En la noche, en la tumba, Tú que me has consolado,
devuélveme el Posílipo y el mar de Italia un día, [1]
la flor que tanto quiso mi pecho desolado
y la parra en que el Pámpano a la Rosa se alía.

¿Soy Biron, Lusignan…? [2] ¿Soy Febo o soy Amor?
Del beso de la Reina llevo aún roja la frente.
La Sirena he soñado, y la Gruta en que nada…

Y pasé el Aqueronte dos veces vencedor,
modulando en la lira de Orfeo tenazmente
el gemir de la santa y los gritos del hada

[1] El Posílipo es un promontorio entre Nápoles y Pozzuoli, donde Petrarca restauró la tumba de Virgilio.
[2] La dinastía de los Lusignan descendía del hada Melusina (Mère Lusigne). Su figura más destacada fue Guy de Lusignan, rey de Jerusalem (1186-1191) y luego de Chipre (1192-1194). Biron es un antiguo linaje del Périgord (hoy Dordogne) en Aquitania, región de la cual procedía la familia de Nerval.

Paul Verlaine
Langueur

Je suis l’Empire à la fin de la décadence,
Qui regarde passer les grands Barbares blancs
En composant des acrostiches indolents
D’un style d’or où la langueur du soleil danse.

L’âme seulette a mal au coeur d’un ennui dense.
Là-bas on dit qu’il est de longs combats sanglants.
O n’y pouvoir, étant si faible aux voeux si lents,
O n’y voluoir fleurir un peu cette existence!

O n’y vouloir, ô n’y pouvoir mourir un peu!
Ah! tout est bu! Bathylle, as-tu fini de rire?
Ah! tout est bu, tout est mangé! Plus rien à dire!

Seul, un poème un peu niais qu’on jette au feu,
Seul, un esclave un peu coureur qui vous néglige,
Seul, un ennui d’on ne sait quoi qui vous afflige!
Languidez

Soy el Imperio en el fin de la decadencia,
que componiendo acrósticos indolentes contempla
pasar los grandes bárbaros blancos —y en el punzón
de oro, la languidez del sol poniente danza.

La almita sola sufre su estomagante hastío. [1]
Se dice que allá abajo hay combates sangrientos.
¡Oh, si en ellos pudiera, lenta, impotente y débil,
oh si en ellos quisiera florecer mi existencia!

¡Oh, si en ellos quisiera, si pudiera morir!
¡Ah, saciedad! Batilo, ¿acabaste de reír?
¡Ah, saciedad de todo! ¡Nada más que decir!

Sólo un poema un poco torpe que se echa al fuego,
sólo un esclavo un poco huidizo que te olvida,
sólo un fastidio de no sé qué, que te aflige…

[1] Verlaine parece aludir aquí (con el raro diminutivo seulette) a los decadentes, intraducibles, bellos y melancólicos versos con que el emperador Adriano se despidió de la vida: Animula vagula blandula, / hospes comesque corporis.

Stéphane Mallarmé
Sonnet
(Pour votre chère morte, son ami.) 2 novembre 1877

—“Sur les bois oubliés quand passe l’hiver sombre
Tu te plains, ô captif solitaire du seuil,
Que ce sépulcre à deux qui fera notre orgueil
Hélas! du manque seul des lourds bouquets s’encombre.


Sans écouter Minuit qui jeta son vain nombre,
Une veille t’exalte à ne pas fermer l’oeil
Avant que dans les bras de l’ancien fauteuil
Le suprême tison n’ait éclairé mon Ombre.


Qui veut souvent avoir la Visite ne doit
Par trop de fleurs charger la pierre que mon doigt
Soulève avec l’ennui d’une force défunte,


Ame au si clair foyer tremblante de m’asseoir,
Pour revivre il suffit qu’à tes lèvres j’emprunte
Le souffle de mon nom murmuré tout un soir.”
Soneto

En olvidados bosques del invierno sombrío,
cautivo solitario del umbral, tú lamentas
que falten al sepulcro común que aún no alimentas
¡ay! los pesados ramos que fueron su atavío.

La vigilia te exalta, y no escuchas si anhela
con su número vano Medianoche el reposo
y espías, en los brazos del gran sillón añoso,
el supremo tizón que mi Sombra revela.

Quien aguarda a menudo la Visita querida
no recargue de flores la piedra que procuran
mis dedos levantar con su fuerza abolida.

Alma ante el claro fuego trémula de acogerme,
para volver me basta de tus labios beberme
el soplo de mi nombre que velando murmuran.

Rainer Maria Rilke
Herbstag

Herr: es ist Zeit. Der Sommer war sehr gross.
Leg deinen Schatten auf die Sonnenuhren,
Und auf den Fluren lass die Winde los.


Befiehl den letzten Früchten voll zu sein;
Gib ihnen noch zwei südlichere Tage,
Dränge sie zur Vollendung hin und jage
Die letzte Süsse in den schweren Wein.


Wer jetzt kein Haus hat, baut sich keines mehr.
Wer jetzt allein ist, wird es lange bleiben,
Wird wachen, lesen, lange Briefe schreiben
Und wird in den Alleen hin und her
Unruhig wandern, wenn die Blätter treiben.
Día de otoño

Señor: es tiempo. Grande fue el verano.
Posa tu sombra en el reloj de sol
y sobre el campo deja andar al viento.

Manda a los frutos últimos llenarse;
dales aún dos días meridianos,
empújalos a su sazón y apura
un último dulzor al vino espeso.

Ya el errante no construirá su casa
y el solo lo estará por largo tiempo;
escribirá, estudioso, largas cartas,
y en la avenida, inquieto, aquí y allá
vagará, mientras vuele la hojarasca.

Ensayo publicado originalmente en Revista Fénix no. 24, de abril de 2009, por Ediciones del Copista

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