Si Fritz Zwicky se enterara de que además de un cráter lunar y un asteroide titula un libro de… ¿poemas?, haría el famoso gesto que trasluce la portada. Luego se pondría a buscar galaxias y agujeros negros en estas páginas donde hasta es posible escuchar el código morse que transmite una estrella al parpadear, como en una caja morfológica. De carácter misceláneo, con singular trazo y humor Eduardo Padilla nos lleva por una ruta amorfa de textos que abominan de la clasificación y nunca parecen ser lo que son mientras intercambian máscaras como si fueran cartitas de un álbum sideral: poemas sin traza de poemas, reseñas acuñadas con la factura del verso y la disensión, y hasta un cuento donde casi todo y casi nada sucede. Eso es Zwicky: un entramado de intenciones, contingencias y oscuras materias verbales que de pronto aparecen en la mente del telescopio. Thomas Ligotti, Coen, el Tío Gamboín, Poe, Vallejo, Burroughs y otros tantos convergen como piezas de distintos rompecabezas que curiosamente encajan. Escenarios que ya quisiera el raro y extravagante Martial Canterel en su espléndido jardín de Montmorency. Esta es una cartografía espacial donde “lo real y lo irreal viven juntos”.
Carlos Vicente Castro
Zwicky a Luis E. García Te han pillado saliendo del motel vestido de mosca. Te han oído cantar sobre una rama que no era tuya. Tal vez te han visto andar al ras del bosque sin uniforme, arrastrando el fusil en dirección opuesta al frente. Como sea, algo has de haber roto. Ahora debes mentir. Vas a necesitar una buena atmósfera. Escoge tu duración Si eres un hablador imparable, la novela te espera con sus planicies. Eres libre de elevar montañas y fraccionar ciudades hasta que engordes. Si prefieres algo más compacto, el cuento ofrece los altos picos de la novela sin la necesidad de sufrir el tedio del viaje. Sigue la regla de oro y no hagas a otros lo que no quieres que otros te hagan a ti. Ahórrate las filas y pasa directo a la caja. Ahora bien, si lo tuyo es el relámpago en la sien, o el alud de bolsillo, ahí está el poema. ¿Qué es una atmósfera? Si respiras, es una atmósfera. Si quieres que tu texto respire, vas a necesitar de una buena atmósfera. De abstracción no vive el hombre. Es bueno que tengas argumentos, pero no olvides mencionar el color de la luz que se filtra por la apertura de la cámara oscura y que le da a tu sesuda reflexión cierto aire de drama y misterio (checa bien a Rembrandt, memoriza a Caravaggio). ¿Soy yo una atmósfera? Tú eres, en efecto, una atmósfera, en el mismo sentido en que una ramita es un bosque. Eres la excreción de una atmósfera. La infinitesimal excreción de una atmósfera. Ahora sal y demuéstrale al mundo de lo que estás hecho. ¿De qué está hecha una atmósfera? La atmósfera está hecha de partes, como si fuera esto una carnicería y la atmósfera una res abierta en canal. Éste es el hígado, estas son las mollejas. Digamos que esto es un taller mecánico y que para componer primero hay que saber descomponer. Descomponer atmósferas es como salir de pesca. Requiere un culo estoico o un buen par de piernas. Requiere paz interna. ¿Sabes observar? Ve y observa. No tienes que ir al polo norte para hallar una atmósfera. El armario donde guardan la aspiradora de tu escuela es más que suficiente. Quiero que vayas y te encierres en él. Prende tu linterna. Nada de hacer juicios. Nada de “Huele mal aquí” o “No hay suficiente espacio”. Éste no es momento de gazmoñería estética. Esto es la descomposición de una atmósfera. Texturas, sensaciones, materia prima. No salgas de ahí hasta que tu cabeza esté llena. He aprendido a descomponer. ¿Ahora qué? Ahora viene lo bueno. Quiero que te relajes y que compongas una buena atmósfera como si tu salud mental dependiera de ello. ¿Cómo se sabe si es una buena atmósfera? Te dirán que en el arte todo es subjetivo. Que la verdad ha muerto aplastada bajo los neumáticos de un Dios cafre. Que todos tenemos distintas potencias y que lo importante ya no es el resultado sino el intento. Ya no hay buenas y malas atmósferas, dirán, sólo hay atmósferas, múltiples, diversas, todas bellas, todas válidas. Tú aprenderás a burlarte de estas personas porque así es como hablan los aficionados, y los aficionados merecen ser humillados por aquellos que han aprendido a componer una buena atmósfera. Es que a veces no entiendo nada y me siento perdido. Si no lo intuyes, si realmente no tienes idea, imita a los grandes. Ve con Poe, Conrad, Rulfo. Imítalos hasta que se te entuma la mano. Imítalos sin piedad. Si practicas diario, con el tiempo, algo vas a aprender. Creo que quiero escribir una buena atmósfera. Dilo con convicción. ¡Quiero escribir una buena atmósfera! Bien. Ahora ve y tírate a un pozo. Cae de cabeza en un balde de materia oscura. Déjate ahogar y sal preñado. Sé un recién nacido y que la falta de luz sea tu guía. Berrea de miedo y arroja tus colores insólitos contra los muros de una buena atmósfera
Manitas calientes Dijo el Diablo a los esquimales: La nieve no es nieve. Ellos lo miraron sin decir nada. La nieve es más que nieve. O bueno, dijo, al leer sus caras, la nieve no es una, es mil y una. Algunos ya daban señales, de incredulidad o aburrimiento así que el Diablo comenzó a bailar tap y a cantar que: La nieve es la caspa del Diablo en el smoking de un albino. La nieve es la sal apelmazada en el polo sur de un salero. La nieve es la cal que Dios arroja con una pala sobre la tumba del mundo. La nieve es el esperma que deja el mar en las sábanas de un motel donde la mucama se harta y renuncia. La nieve es la huelga de los colores que se rehúsan a salir de la cama hasta que mejore el tiempo. La nieve es la piel de una nación fantasma llamada anhedonia.
Los buenos imanes Las palabras son los cubiertos de los pobres. Obleas en boca de todos los suplicantes. Larvas de mosca Sarcophagidae en la mollera de los nuevos reclutas. Limosna en la charola del que fue a la escuela y volvió sin brazos. Monedas que entre más circulan menos valen. Pero aunque todo sea desgaste (y es cierto que me duele el culo de tanto darlo todo por sentado) hay palabras que no entiendo cómo diablos van cogiendo electromagnetismo con cada vuelta; su maña espiral alude al caracol del oído y es ahí donde se alojan. Claro que los poetas y los hacedores de mitos también viven en el oído. (En la cueva del oído se esconden los prófugos.) Poe, por ejemplo. Ulalume, Ligeia, el cuervo del estribillo: agujeros negros de alta factura. La gravedad de estas palabras es dominante, ergo— la luz va y se pierde en su tonel negro, la barriga bailarina de la que cuelgan todos los cielos. La barriga que baila la Zarabanda de Händel. La barriga que baila en Rioja la danza de los zancos para exhibir los trapos del sol y la sabia lección del trompo. La barriga que baila en Costa de Marfil con los negros que son grullas que son trompos que son brujos y esclavos de la elipse. Gira lejos la barriga y come todo lo que cae en sus faldas; los sopla-flautas de Pan y Joujouka le dan cuerda todo el día. Gira con el calderón de las brujas donde se cuecen las médulas y las potencias. Gira hasta que todo queda limpio y comprimido, ergo los diamantes que a tantos hombres maté para poder engarzar en tu anillo. Ya recuerdo otra palabra-imán que nunca se acaba en la literatura o en las otras colonias— ¡es la palabra horror! Yo digo que Conrad escribió El Corazón de las Tinieblas como quien construye una pirámide empezando por la punta; que escogió la palabra horror –palabra esfinge– y la repitió hasta quedar en trance. Horror canta el trompo de marfil cuando gira y con cada giro la jungla circular se expande.
Zwicky se puede conseguir en el sitio web de Cinosargo Ediciones.