Lucidez y onirismo – Un acercamiento a la obra de Marina Pérez

Por Daniel Schechtel

El poeta Federico García Lorca grita Crucifixión y después recita:

La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.

Un rayo de luz violeta que se escapaba de la herida

proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

Intentar imaginar esa escena es pintar un cuadro (mental) de Marina Pérez. O lo sería, si no fuera porque el proceso de creación de Marina Pérez no sólo nace en su mente, sino también de su mano. Remedando el método surrealista de la escritura automática, trabaja sin boceto y deja que la mano se deje guiar por el inconsciente. Julio Cortázar hace decir a Horacio Oliveira en Rayuela que el dibujante (o el pintor, sirva igualmente el ejemplo) es un ser que sabe mover las manos coreográficamente, y que si dibuja es solamente para probar esa habilidad ante los demás. La obra es un astuto sistema de movimientos. Fuera de la consideración de Cortázar queda entonces Marina Pérez, porque si bien ella enfatiza que la técnica es esencial para el artista, sus creaciones nacen en la novedad del aquí y ahora que proyecta el inconsciente, por lo que no habría forma de conocer la obra ni imaginándola ni dibujándola en el aire.

En la exposición que me tocó presentar en marzo de 2020 en la ciudad de La Plata, llamada Poética cotidiana, nueve lienzos prácticamente terminados componían parte de la autobiografía de Marina Pérez, quien declaró que es en la pintura donde se lee su desarrollo personal total, donde se vuelcan desde hace años el psicoanálisis que estudia y la ilustración científica que practica, además de su vida emocional y su fuero psicológico. Hasta la fecha, porque la obra sigue viva y ampliándose, con la misma consciencia con la que Abelardo Castillo compuso sus mundos posibles. Prácticamente terminados, porque en rigor sus lienzos cambian de rostro en retrospectiva con cada nuevo lienzo. Es verdaderamente lo que se dice una obra abierta.

¿Cuántas dimensiones pueden caber en una pintura? En su obra, Marina Pérez parece haber aceptado el desafío de encontrar la respuesta, pues crea múltiples espacios que parecen formar un universo intelectual o emocional que nos invita a la contemplación. A veces, la representación es violenta y expansiva, como en el caso de Salir a jugar; otras, lírica e íntima, como en Resiliencia. En todos los casos, se yuxtaponen diversos espacios, que invitan a un recorrido diferente cada vez: el montaje de momentos que construimos al contemplar el cuadro varía en cada contemplación. ¿Será una de las formas de negar el progreso del tiempo lineal, como más explícitamente se hace en No tiempo, no, con árboles boca abajo y el sol esquinado en el último cuadrante?

Contemplar un lienzo de Marina Pérez es ingresar en un sueño. Contemplar toda la obra de Marina Pérez es ingresar en un sueño lúcido. Los elementos se interrelacionan y se repiten, aunque cambian de contexto o de lenguaje. Los cuencos son más grandes y más definidos en Sentido que en Solo el amor; la espiral es una caracola en La posibilidad y agua cósmica en Uni-verso. La presencia y combinación de esos elementos parecen contarnos una historia.

¿Esa historia es acaso el desarrollo perceptivo, emocional e intelectual de una niña? ¿Se sale a jugar como se sale a la vida, y se construye un sentido a través de la posibilidad de la maternidad o del amor? ¿El silencio llega cuando la niña debe elegir entre un destino oscuro y adaptable como el agua o fértil y rígido como la tierra, esos dos elementos cosmológicos femeninos? ¿Al conocer el amor se suelta el globo de la niñez? Y luego de negar el tiempo por amor y adoptar la resiliencia necesaria para mantenerse a flote tras su caída, ¿la belleza del exilio es la estetización de la emancipación forzada de la niñez, de la inocencia?

Nada nos obliga a buscar una narrativa. Los cuadros, espacios acuosos o ígneos donde los opuestos —la vida y la muerte, el calor y el frío— se disputan las texturas y la luz, parecen ofrecer un sinnúmero de fotogramas de un mundo onírico cuyo sentido se nos escapa cada vez que saltamos de una figura a otra en un cuadro, o de un cuadro a otro en la obra total. Los registros varían ampliamente. Vemos claroscuro, juegos cromáticos, dibujos infantiles en lápiz punteado, figuras zoológicas perfectas, definición y difuminado de colores y líneas, y la anatomía, no sólo del cuerpo humano, sino también del cuerpo mental de la pintora, de sus recodos psíquicos.

He usado el verbo contemplar no ingenuamente. Me atrevo a considerar la idea de que la contemplación y también la reflexión son indispensables para ahondar en la obra de Marina Pérez. En esto, ésta se separa de las creaciones más contemporáneas, como las ganadoras del premio de artes visuales 2019 del Fondo Nacional de las Artes, las cuales varían virtuosamente en contenido y en forma, pero no ofrecen la yuxtaposición compleja de elementos ni exigen la contemplación de la obra de Marina Pérez, quien en ese sentido pertenece al siglo XX, más precisamente a los modernismos de principios de siglo. Valga tal apreciación personal como un elogio.

Creo que el arte, tanto al momento de crearse como al momento de percibirse, de manera relativa apela a cinco facultades humanas: la emocional, la moral, la intelectual, la imaginativa y la espiritual. La obra maestra, a mi entender, es la que tiene el potencial de apelar a todas ellas. Marina Pérez nos pinta su compleja personalidad en lienzos que bien pueden ofrecer juegos para la imaginación, excusas para pensar, planteos éticos sobre el cuerpo humano o sobre la vida y la muerte, íntimos golpes conmovedores, o un sentido poético de la existencia.

De cualquier modo, igual que el encuentro de la mano con el lienzo, también el encuentro de cada asistente con la obra definirá su color, su tenor, su sentido. No diré más. Un Marina Pérez vale más que mil imágenes.

Al Don Pirulereo
La belleza del exilio
La posibilidad
No tiempo, no
Resiliencia
Salir a jugar
Sentido
Silencio
Solo el amor
Uni-verso

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