Anotaciones sobre Kafka I

Por Gerardo Iturbide

I

Dice David Lodge en El arte de la ficción (traduce Laura Freixas):

“Las novelas son narraciones, y la narración, sea cual sea el medio que usa –palabras, película, dibujos– mantiene el interés del público formulando preguntas y retrasando las respuestas. Las preguntas son a grandes rasgos de dos tipos: se refieren o bien a la causalidad (¿quién lo hizo?) o bien a la temporalidad (¿qué pasará ahora?), cada uno de los cuales se despliega con toda claridad, respectivamente, en la novela de detectives clásica y en la novela de aventuras. El suspense es un efecto asociado especialmente a la novela de aventuras y al híbrido de novela de detectives y novela de aventuras que conocemos como thriller. Los relatos de esa clase se basan en colocar al héroe repetidamente en situaciones de extremo peligro, suscitando de ese modo en el lector emociones solidarias de miedo y ansiedad en lo que respecta al desenlace”.

Cuando Gregor Samsa despierta convertido en un insecto monstruoso, el interrogante del lector es por qué. Cuando K. despierta condenado a juicio, el interrogante del lector es por qué. Cuando el protagonista actúa pese a la metamorfosis o interroga la causa del proceso, se inclina a la aventura, al qué pasará ahora. Kafka propone un enigma, pospone y frustra su resolución. El lector suele saberlo de antemano. Aun así, lo lee. Por la aventura.

Con todo, estas narraciones no son thrillers. Doy tres razones. Primero, la naturaleza de los hechos. La tensión de los acontecimientos no necesariamente comporta el extremo peligro que define el género según David Lodge. En Der Verschollene (América), piénsese en las inocuas incomodidades del diálogo de Karl Rossman, Klara y Pollunder con Green al llegar a la casa de campo o en los detalles previos a la conversación de Karl Rossman con el portero principal.

Segundo, la presentación de esos hechos. La tensión kafkiana se ve diluida por el detalle anticlimático, que causa un efecto no trágico, sino humorístico. Reléase el momento en que Greta sugiere deshacerse de Gregor Samsa, en Die Verwandlung (La metamorfosis):

“Yo tampoco aguanto más”. Y rompió en un llanto tan dramático que las lágrimas fueron a parar al rostro de la madre, que se las limpió con movimientos mecánicos de la mano.

Tercero, el anti heroísmo irónico del protagonista. El protagonista es un antihéroe involuntario, alguien que no está a la altura de su papel. Un insecto monstruoso con intenciones ingenuas y subordinadas; un criminal que ni siquiera cometió un crimen. Busca la normalidad, generalmente en forma de trabajo. Como si no quisiera ser literario. En suma, un antihéroe inocente.

Difícil calificar estos textos de thrillers. Resulta ridículo llamar peligros a muchas de sus peripecias o describir su cúmulo como una mera tragedia. Y dados los detalles anticlimáticos, el suspenso resulta caprichoso. En todo caso, son peligros, detalles y héroes modernistas, como los de James Joyce. Pero decir esto es igual a no decir nada. Prefiero decir que, más que thrillers, son parodias de thrillers.

II

Kafka fue un maestro de la escritura desenfocada. Las razones se encuentran enumerando sus lugares comunes. Sus narraciones más leídas se dirigen tanto al porqué del pasado como al adónde del futuro, simultáneamente. Sus narradores más conocidos no juzgan ni proponen interpretaciones últimas. Sus escenarios más célebres son atemporales y atópicos. Sus emociones son ambiguas. Por eso pueden leerse como parábolas.

Como ya se dijo, Kafka posibilita la alegoría moderna. Sus estudiosos acechan las claves de su interpretación. Esa búsqueda tampoco tiene un solo foco. Interrogan las minucias de su pasado biográfico y psicológico o las profecías sociales de su futuro. Psicología y sociología acuden, pero no concluyen. Quizá fue parcialmente esta atemporalidad la que sugirió a Borges el ensayo “Kafka y sus precursores”.

Este desenfoque es progresivo en su obra de narrativa larga. En Der Verschollene (América), abandonada en 1912, la narración es una aventura en términos de David Lodge. El protagonista tiene nombre propio y recorre un escenario preciso. La primera oración (traducida por D. J. Vogelmann) despeja suficientes dudas sobre las causas.

Cuando Karl Rossmann —muchacho de dieciséis años de edad a quien sus pobres padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo— entraba en el puerto de Nueva York a bordo de ese vapor que ya había aminorado su marcha, vio de pronto la estatua de la diosa de la Libertad, que desde hacía rato venía observando, como si ahora estuviese iluminada por un rayo de sol más intenso.

En el primer capítulo, un personaje detalla la historia de la sirvienta y la aventura puede continuar sin mayores incógnitas. En Die Verwandlung, escrita en 1914, surge la indecibilidad kafkiana. La primera oración plantea un enigma que jamás se resuelve (traduce César Aira).

Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregor Samsa se encontró en la cama transformado en un insecto monstruoso.

El protagonista no se pregunta por las causas. Persiste en ir a trabajar. Pareciera que intentara evitar la literatura. Pero la aventura está forzada sobre él sin explicaciones. No hay desentrañamiento de sus causas. En Der Prozess (El proceso), escrita entre 1914 y 1915, el desenfoque predomina – quizá por eso es su novela más representativa. Aquí también la primera oración propone un enigma.

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K., pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo.

Esta vez, el enigma es tal tanto para el lector como para el personaje. Asistimos a una narración que busca causas y se enfrenta a consecuencias. El suspenso (del que habla David Lodge) tiene doble dirección. Das Schloss (El castillo), iniciada en 1922, retoma la aventura. La primera oración sugiere la anécdota (traduce Miguel Sáenz).

Cuando K llegó era noche cerrada.

La aventura, empero, pronto plantea una causa incógnita. K es un agrimensor contratado por el castillo, pero ignora para qué. En esta novela se combinan la aventura y el misterio. El protagonista ya no tiene nombre completo, apenas una letra. Y se da el suspenso del thriller descrito por David Lodge, aunque de manera más débil que en Der Prozess. Es que la situación del protagonista del castillo no tiene la misma urgencia que la del proceso. Max Brod escribió que el protagonista del proceso busca escapar de la burocracia, que pretende condenarlo. El del castillo, acercarse, pues le darán trabajo.

III

Paradójicamente, el desenfoque de narraciones como Der Prozess o Die Verwandlung es el marco de una narración enfocada, precisa y de alta definición. Es consabido que en Kafka las acciones se presentan como exactas. El detalle aborda lo ridículo. Este contraste, la distancia focal entre lo macro y lo micro, confiere a los textos de Kafka su carácter onírico. El lector, como el soñador, por un instante confunde lucidez con nitidez, como canta el verso del poeta Mariano Shifman. Los detalles parecen escapar con sutileza del realismo más lúcido e inauguran otra región, más nítida y, por esto, casi irreal. Como el paréntesis de los relojes en la larga escena de despido de Karl Rossman del Hotel Occidental. Cito el contexto anterior para un mayor entendimiento.

—Bien, señora cocinera mayor —dijo éste—, son las seis y media; es ya muy tarde. Pienso que será lo mejor que me deje usted a mí la palabra final en este asunto tratado ya con excesiva indulgencia.
Había entrado el pequeño Giácomo y quiso acercarse a Karl; pero, asustado por el silencio general que reinaba, se detuvo esperando.
Desde las últimas palabras de Karl la cocinera mayor no le había quitado la mirada de encima, y nada indicaba que siquiera hubiese oído la observación del camarero mayor. Sus ojos se fijaron en Karl y lo miraron de lleno; eran grandes y azules, pero un tanto enturbiados por los años y los muchos afanes. Tal como permanecía allí, de pie, meciendo débilmente el sillón que tenía delante, hubiera podido esperarse perfectamente que al instante dijese: «Pues bien, Karl, si bien lo considero, esta cuestión no está aún lo suficientemente aclarada y exige todavía, como bien lo has dicho, una investigación minuciosa. Y ahora procederemos a efectuarla, estén ellos de acuerdo o no, pues la justicia cuenta ante todo».
Pero en su lugar, la cocinera principal dijo, tras una pausa que nadie se atrevió a interrumpir (solo el reloj, confirmando las palabras del camarero principal, dio las seis y media y, con él, como todos sabían, simultáneamente todos los relojes del hotel entero; sonó en el oído y en el presentimiento como la segunda contracción de una sola impaciencia general):
—No, Karl, ¡no, no! No podemos persuadirnos de ello. Las causas justas suelen tener cierto aspecto especial que tu asunto, debo confesarlo, no tiene. Yo tengo derecho a decirlo y debo hacerlo; no puedo menos que confesarlo, pues he sido yo la que se ha presentado aquí inspirada por la mejor buena voluntad para contigo. Ya lo ves, también Therese se calla.
Pero si ella no se callaba, ¡si estaba llorando! [Traducción de D. J. Vogelmann].

Una acción kafkiana es una detallada rosa de los vientos que desconoce los puntos cardinales – y en un día de tormenta, porque se trata de pesadillas. El horror urgente de lo macro contrasta con el detenimiento en lo micro. Como tramitar el papeleo minucioso de la muerte de un familiar. Como si Kafka hubiera intentado describir la tragedia en sus meros signos exteriores, los que le gustan al sociólogo Bruno Latour.

Es que el autor implícito de sus textos es amoral. No el narrador, que suele acompañar al protagonista, ni el protagonista mismo, como sí sucede en L’étranger de Albert Camus. Por esta frivolidad, Kafka se reía al leer sus textos trágicos ante una audiencia incrédula. Pareció decirnos que el único suspenso excitante (thrilling) que nos queda es el suspenso burocrático – el suspenso más caprichoso y, si no fuera por la obra de Franz Kafka, el menos fructífero.

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