Por Daniel Schechtel
En su libro Metodología de la dispersión, el poeta urbano @ale.chuca reflexiona: “Fui a una fiesta donde cada uno podía elegir su música. A veces siento que me voy a morir mientras decido qué quiero. Por eso los poetas que circulan en Instagram ya no sorprenden ni plantean preguntas o dudas, sino que dan órdenes y consejos. Antes el arte era incertidumbre, ahora es autoridad. ¿Es así? Lo cual es lógico: si la incertidumbre es lo ordinario, la autoridad se vuelve lo extraordinario”.
Órdenes y consejos. Para el caso, quedémonos con eso (el resto puede discutirse). Los tiempos llamados ‘de la posverdad’ nos dejaron en el desierto de lo real, sin símbolos convincentes que garanticen un sentido estable o siquiera compartido. Nada puede salvarnos de la nada porque todo es signo, y ningún signo puede salvarnos de la nada porque su sentido siempre es arbitrario; y no porque ese sentido potencialmente siempre sea otro, sino porque ese sentido efectivamente siempre es otro. Tal es el metarrelato preponderante de nuestra era.
A esa tierra baldía nihilista advinieron toda suerte de evangelizadores, con intenciones tanto oportunistas como honestas: libros de autoayuda, bolsonaristas y trumpistas, el coaching y la emprendería libertaria e higiénica, las políticas gubernamentales del odio y los gritos mediáticos, la astrología y las ciencias ocultas, el terraplanismo y la conspiranoia, el hedonismo marketinero que vende experiencias y aventuras empaquetadas, todas las destilaciones del new age y, claro, la autodenominada ‘poesía’ de Instagram (no me refiero al medio, sino a cierta estética que, confío, conocen).
Órdenes y consejos. La poeta Rita González Hesaynes es una artista que en Gambito de papel no deja de sorprendernos. Más allá de que ella también denuncia lo antedicho en su poesía, aquí importa una razón fundamental: es crítica de lo contemporáneo sin condescender a hablar su lenguaje recortado y ajustado, falsamente espontáneo y anecdótico, amusical y patético. Pero hay más, porque Hesaynes sabe leer la sensibilidad del hoy. A pesar de no usar ese lenguaje contemporáneo, su poesía sí adopta sus modos: también da órdenes y consejos, aunque con la máscara de la ironía, el tono paródico, la performance alienada, la voz ventrílocua. Así, logra denunciar a su vez la tiranía político-económica del libre mercado y del bolsonarismo y los pregones bien educaditos e iluminados de los pastores del confort individualista.
Su último libro, Elfo corporativo (2021), donde se denuncia la mutilación del mundo mágico y creativo por parte del tecnócrata y materialista, ilustra esto perfectamente. Obviemos comentar su obvio título y su más obvio epígrafe, de Roger Zelazny: “Hay otro mundo, muy parecido al nuestro, donde desecharon la magia y conservaron lo otro. En ese lugar, nosotros y nuestras costumbres somos carne de leyenda”.
En el poema “estimados contactos”, el yo lírico pide desesperado que le digan que merece ser amado y que encaja en el mundo, utilizando un lenguaje que convoca la dinámica de las redes sociales:
a cambio les ofrezco mi voto de recomendación
aplaudir las imágenes que los representan
seguirlos a otras redes
Nada muy lejano a aquel otro poema suyo titulado “el precio justo” del libro En la gran existencia (2017):
les ofrezco por cierto el fervor del aplauso
¿qué puedo hacer sino con estas manos
incapaces del golpe, del facón, del gatillo?
Este pedido desesperado al inicio del poemario recibirá en lo sucesivo la respuesta de varias voces autoritarias que dan órdenes y consejos. “croan y croan” comienza afirmando autoritariamente: “a no entrometerse con las leyes primarias de la naturaleza / croa el fabricante de aviones y armas”. El croar tecnócrata invoca, quizá casualmente, un poema inacabado de T. S. Eliot de 1931, “Difficulties of a Statesman” (Dificultades de un estadista), cuyo tono y lenguaje es muy cercano al de Hesaynes (principalmente en los poemas que yuxtaponen oficinas y protocolos con pantanos y bestias salvajes).
T. S. Eliot también enumera posiciones jerárquicas y tecnócratas con ironía, aunque él las yuxtapone con la naturaleza durante las guerras de la antigua Roma. En “Dificultades de un estadista”, el pareado que pasa de los comités contemporáneos a los paisajes silvestres de los soldados romanos usa justamente la imagen visual del pantano, caro a Hesaynes, y la imagen acústica del croar:
Meanwhile the guards shake dice on the marches
And the frogs (O Mantuan) croak in the marshes.
Mientras tanto, los guardas tiran dados en las marcas
Y los sapos (oh, mantovano) croan en los pantanos. [mi traducción]
El parecido estructural del poema me asombra. Eliot y Hesaynes introducen irónicamente a la élite gobernante (bélica), mencionan el croar y luego pasan a un ‘nosotros’ que sufre de las negligencias de ese gobierno. Ahora bien, aunque los sapos de Eliot provienen originariamente de la naturaleza bucólica de Virgilio y de ciertos ecos de Dante Alighieri, en su poema de 1931 son un puente entre la naturaleza inhóspita de las guerras romanas y la burocracia tecnócrata del poder. Por otra parte, en el mundo biotecnológico, poshumanista y ciborg de Hesaynes, en el que la tecnocracia se yergue invocando ‘leyes naturales’, el croar ya no es un puente: es la mismísima voz de quien gobierna, es parte de la civilización más civilizada y civilizadora. La oficina se confunde con el pantano: los trajeados croan y ‘nosotros’ ya somos parte del circo, no estamos retirados como los soldados del poema de Eliot. La cultura se confunde con la naturaleza, como bien observó el poeta Fer Bogado en un encuentro de lectura con la poeta por Instagram. En suma, las leyes tecnocráticas se confunden con las naturales.[1]
Órdenes y consejos. El poema “rethink. reskill. reboot” es flagrante: enumera los rasgos negativos del lector desesperado que, presumiblemente, necesita healing (como dicen los gurúes de este siglo), y le vende la receta: “convertite en programador”. El poema “daily stand-up”, que compendia frases y preguntas de reuniones laborales en el área de la programación, es una enumeración de órdenes indirectas. El título del poema “hay que registrar” ya impone una directiva, y con el tono impersonal de la burocracia. Y qué decir del poema que declama la ubicuidad de las fuerzas armadas. La lista continúa. Creo haber ilustrado bien mi punto.
Y ahora concluyamos estas anotaciones con un comentario editorial.
En Gambito de papel creemos en Franco Bordino, creemos en Rita González Hesaynes, creemos en Gastón Malgieri (por nombrar solo a tres poetas que aparecerán en nuestro próximo número, el 14). Una de las razones centrales es que, desde lugares espiritual y estéticamente muy diversos, siguen denunciando la falta de sentido sin abandonar la belleza. La Belleza. Si no podemos definirla, al menos podemos hacernos cargo de lo que implica para nosotros: reapropiación de la tradición, observación aguda y reflexión constante sobre la(s) realidad(es), aceptación siempre arriesgada de una voz y una visión propias, elaboración cuidadosa de formas que desprestigian la inmediatez en pos de la lectura diacrónica, como si aspiraran a volverse clásicos.
Me despido en tono Hesaynes, porque también es, por momentos, el tono de Gambito de papel: Seguiremos trabajando por Ud. para que siga notando los bordes acartonados y húmedos de sus gratísimas experiencias algorítmicas. Salud.
[1] Me parece justo, en principio, comparar las poéticas críticas de T. S. Eliot y Rita González Hesaynes (la tierra baldía de Eliot sería, salvando ciertas distancias, el bosque pantanoso de Hesaynes), pero aún no me he sentado a pensarlo en profundidad, y no es aquí el lugar.
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