Piscis, El Triste Geratho, o la Eterna Iniciación.
Queride lectore:
Si has llegado hasta acá, no tengo más que agradecer tus pasadas lecturas.
Este es el capítulo 3. El 3 suele ser un número difícil; más que el 3, el tercero. Siempre hay algo que se cierra en ese número, el triángulo, las tres gracias, las tres parcas. El tercero en discordia.
En este capítulo te voy a contar cómo llegó a mi vida El triste Geratho. Me ha tomado semanas arrancar con este. No sé, siempre he sido amante de hablar de los muertos. No se puede ser mexicana y no tener un muerto en cada página. Pero hay algo, algo que comienza a romperse acá. Plutón se puso directo, Mercurio está retrogradando en Escorpio y hablar de Piscis nunca es fácil.
Piscis se siente, Piscis te revuelve las aguas y te deja del otro lado de la orilla sin saber cómo llegaste ahí, solo tu cuerpo recuerda la sensación, la cercanía con la muerte, el miedo, la belleza y el “Nunca más estaré en la otra orilla”.
Giuseppe venía hablándonos de él desde hacía meses. Yo nunca entendía si Geratho era su rival o su mejor amigo. Entendía, sí, que eran los más freakies del grupo, si es que en las escuelas del Opus Dei se pude hacer ese tipo de competencia. Entendía, también, que Geratho escribía mucho, y que Giuseppe tenía la sensación de que escribía mejor que él. Un par de veces nos trajo sus cuentos. Antoniuz y Horacio se quedaron maravillados; yo, la verdad, no entendí nada.
—¿Qué te pareció? —me preguntó Horacio después de leer el primer relato.
Creo que era algo de un payaso. A Horacio le gustaba hacerme preguntas así. Antes de ser novies me halagaba mucho, sentía que le importaba mi palabra, pero ya siendo novies esas preguntas me incomodaban, sentía que me preguntaba porque dudaba de si había entendido o no lo que habíamos vivido. Durante nuestra relación eso fue motivo de discusión más de una vez. Pero me voy por los cerros de Úbeda.

—La verdad que no entendí nada. La mayoría de las palabras no sé lo que significan. Y tampoco sé qué significan las palabras que conozco cuando él las une así.
Ya me había caído mal. Esos textos de Geratho dejaban en evidencia que yo era la más ignorante del grupo, y eso me ponía nerviosa.
Para ese entonces, si mal no recuerdo, y siendo honestes, siempre recordamos mal, el primer semestre de la escuela de escritores había acabado. Mis múltiples estrategias y planes para lograr que Horacio se me declarara no habían funcionado.
—Me costó mucho trabajo entrar en eje después de mi última novia. No quiero perderlo. Prefiero estar así, como ahora.
Me dijo así, un día, como no queriendo abordar la cosa.
¿Eje qué? Yo me moría de ansiedad, de deseo. Mi eje se había ido a la chingada desde hacía tanto tiempo que ya ni sabía qué significaba eso. “Como ahora” significaba hablarnos todos los días, vernos todos los días, recibir mensajes suyos en el medio de las madrugadas, y tooodo eso, sin ni siquiera poder darle la mano. A mi gusto, una mierda. Mi luna en Tauro estaba urgida de tocarlo, tocarnos, sentir su olor y su piel más cerquita.
—Gueeey —me dijo Serch un día—, ya hablé con él y la neta no le gustas para nada. Dice que te quiere como amiga y tú te confundes.
Serch fue el amigo por el que llegué a La escuela de escritores. Él había cursado un semestre, se hizo amigo de Horacio y Antoniuz, y me contó del proyecto.
—No mames, Sergio, un amigo no te habla todos los días, te manda sus textos y quiere que vayas con él a todos lados.
—A ver, Migajita, ¿no te estarás confundiendo? Capaz son tus ganas de tener novio y ya.
Me sentí como una estúpida, realmente estúpida: solterona que alucina que todes están por ella. Tenía 19 años y ya me sentía solterona. Por suerte, esa tarde, mientras Serch estaba en mi casa, Horacio me llamó tres veces. Antes de que Serch se fuera, me dijo:
—Está bien, tienes razón. No es normal. Pero, guey, si está así de confundido, no te conviene.
¿Así de confundido? Me lo decía a mí, que me creía la Madre Teresa de Calcuta, con mi fuerte síndrome de ambulancia de levantar a todos los confundidos que se desmayaran sobre el planeta.
Unas semanas más tarde Serch me pagó una limpia en Catemaco, pueblo de brujes.
—Soy capaz de pagarte una limpia para que ya tengas novio.
Así que durante años Serch se jactó de que mi noviazgo con Horacio se lo debía a la limpia que él me pagó en Catemaco.
Volviendo al Triste Geratho. ¿Se acuerdan que en el capítulo anterior Giuseppe nos había invitado a su obra de teatro? Era la gran oportunidad para conocer a su antítesis escolar.
Vimos Arte, de Yazmina Reza. Hoy puedo decir que es la primera obra de teatro que vi, que me gustó, que no era una pastorela, o una comedia queretana. Aunque yo ya hacía teatro desde hacía tres años, sí, tres, esta obra fue muy potente. Eran 3 personajes, Giuseppe y Geratho eran dos de ellos. Sus actuaciones me parecieron fantásticas, el texto era hermoso y no me quedó más que enamorarme de ese par.

Más tarde, tal vez fue ese mismo día. Giuseppe nos invitó a comer a su casa; Geratho estaba ahí, con nosotres, sentado al lado de Giuseppe. No nos miraba, solo tenía ojos para él. Era como si quisiera que cada uno de los gestos y palabras de Giuseppe se le quedaran en el alma.
—Pero —le dije después—, no nos habías dicho que estaba enamorado de ti.
—¿Qué? ¿Enamorado de mí? —me contestó G, dando un pequeño salto, con su voz de caricatura, una especie de gallo Claudio y Scooby Doo.
—Claro, Giuseppe, no mames, está enamoradísimo —me secundó Horacio.
—No, no creo. Debe ser porque nos admiramos mutuamente.
—Es bello. Ese chico es bello —agregó Antoniuz
—Delicado, andrógino. Tiene algo tan atrapante.
Resultó que la antítesis de Giuseppe era una bella rosa, era la rosa y el principito al mismo tiempo y a todes nos había gustado.
—Me gustaría —nos dijo— ser parte de ustedes, de su grupo.
Lo dijo casi temblando y luego miró a Giuseppe
—Claro, si a ti te parece bien.
—Bueno —tomó la palabra Antoniuz—, para pertenecer a nuestro grupo tenemos que hacerte una iniciación. ¿Estás dispuesto a hacerla?
—Lo que me digan
—volvió a decirnos tembloroso el fiel discípulo de José María Escrivá.
—En este caso —Antoniuz frotó sus manos—, tienes que desnudarte, frente a todos nosotros
—Sí, sentarte en una silla y te bailaremos alrededor y te levantaremos —agregó Warpola, porque ahí ya no era Horacio, era el Magister
—¿Hoy? —preguntó Geratho
Lo vi temblar tanto, con la miradita vidriosa mirando hacia la ventana. Estaba a punto de llorar y yo no pude soportar esa tortura masculina.
—Es broma, Geratho, por supuesto que puedes ser nuestro amigo, eso no se pregunta. Es más, ya eres nuestro amigo.
De regreso a casa, Antoniuz me regañó por haber roto la ficción tan rápido, me habló de sostener la tensión y de la compasión católica y todo un revoltijo de conceptos que la verdad no me acuerdo. Tal vez tenía razón, pero mis aguas no pudieron sostener la angustia de las aguas de ese cuerpito andrógino con evidentes problemas para relacionarse con el mundo.

La iniciación la hicimos. Lo sentamos en una silla. Bailamos alrededor, pero todos con ropa. No fue la primera ni la última. Nuestras fiestas se fueron haciendo cada vez más grandes y cada fin de semana venían nuevos amigos, de cualquiera de nosotros que estaban dispuestos a ficcionar una bacanal.
Mis amigas no. Mis amigas iban, se reían, los observaban, pero nunca quisieron iniciarse.
¿Será que su linaje femenino recordaba algo? ¿Recordaba y temía?
Geratho pasó inmediatamente a ser uno de nosotros. Yo seguí sin entender sus textos durante mucho tiempo. Probablemente me sucedía una proyección neptuniana.
¿Pueden vernos? ¿Pueden ver al andrógino, delicado, triste, eufórico y nervioso Geratho en esa silla, esa silla levantada por dos de nosotres y los demás bailándole alrededor?
A veces creo que Geratho se sigue vengando de nuestra broma, y que les desnudes somos nosotres alrededor de su muerte.
SILENCIO
MUERTE
¿Ven la rueda? ¿La rueda de los danzantes? ¿Ven ese que baila con máscara? Es la máscara de un viejito. Detrás de ella está Fabián, el Sagitariano. Sí, es Fabio, lleva todo este tiempo acá. La máscara lo ocultaba. Pero ese es otro capítulo.
