Boy Scout por un día

por Francisca Aparicio

A JJ lo conocí en el segundo año de la facu, en la clase de Biología. Era una materia que nunca me había gustado, y encima era la única que cursaba en el turno de la mañana, lo que me hacía odiarla todavía más. JJ estaba con otros varones, se sentaban al fondo y no paraban de gederla durante toda la clase. Cuando empezamos tercer año, volvimos a coincidir en una cursada; me acuerdo que él usaba una hebillita de esas invisibles para sostenerse el flequillo flogger y pantalones chupines. Mi amigo el Negro viajaba en el tren con él (venían desde Quilmes) y con otros de los pibes que venían desde Ranelagh o alrededores. El Negro nos contaba que a veces en el viaje, JJ les explicaba algún ejercicio que no les había salido, pero que también hablaba de otras cosas además de química. De los redondos, de la falopa, del pedo que se había puesto el finde. Capaz así me enteré que era scout.

Él terminó la licenciatura en cinco años, plan de estudios al día, excelente promedio. Era ayudante de una materia horrible que yo seguía sin poder aprobar, y una vez que se recibió empezó el doctorado en uno de los institutos más prestigiosos del país. Años después, cuando me recibí y empecé el doctorado, volvimos a coincidir compartiendo la oficina y el laboratorio en el prestigioso instituto. Ahí confirmé algunas de las cosas que el Negro nos había contado de las charlas en el tren: era muy choborra, muy inteligente, pero sobre todo muy generoso con lo que comprendía; tenía también una gran habilidad con las palabras, con las imágenes que usaba para ilustrar conceptos súper abstractos de química o matemática imposible. Y si, también era cierto lo de que era scout. Compartíamos el gusto por el horario vespertino, el consumo indiscriminado de mate, y ganamos la cruzada que impuso un día semanal de tomar cerveza en la oficina en horario laboral. La vez que me le reí por ser scout, por lo de dios, patria y hogar, con los tres dedos levantados, siempre listos y el pañuelito, me dijo que sí, que hay muchas cosas que son una gilada, pero que él encontraba en esa organización un espacio de contención para pibis, desde el que se esforzaba por transmitir valores y formar ciudadanxs con compromiso social, conciencia de clase, compañerismo… En fin, me paró el carro de una manera hermosa, y con la paciencia que lo caracteriza para explicar cosas que entiende más rápido que lxs demás.

Siguiendo su carrera (contra sus propios fantasmas, pero también contra el destino que este mundo promete a pibes del conurbano, de clase media hasta ahí nomás), el tipo terminó el doctorado y empezó un posdoctorado en la UBA. Ahí dejé de verlo durante un tiempo, pero igual seguimos en contacto. Tuve la suerte de volver a coincidir con él, ahora como docentes en una cátedra de la facultad. De esa materia horrible que yo todavía no podía aprobar cuando él ya era ayudante, ahora es mi jefe. No deja de sorprenderme, y en sus prácticas docentes puedo ver aspectos que como investigador a veces no hay lugar a que se vean: con lxs pibxs se lo ve fluir. La velocidad con la que le funciona el cerebro le permite resolver situaciones, dar respuestas a las preguntas con precisión y exactitud, con mucho cuidado de las formas, con humor. Una vez por semana compartimos los laboratorios de una materia que a muchxs les cuesta un montón, que la odian y la sufren; por lo que como docentes nos representa un desafío enorme. Les estudiantes lo adoran y lo respetan mucho. Es uno de los pocos docentes con los que me tocó laburar que entiende lo que es la empatía.

Un día me preguntó si me copaba en participar de una actividad de los scouts. Creo que me mandó un mensaje de wasap. No me tiró mucha data de entrada, más bien me salameó un poco: me dijo que me decía a mí porque me gusta “deconstruir cosas”. Pedí ampliación y la cosa venía también por el lado de laburar el estereotipo de científico (si, con o: científico). Con eso me terminó de comprar: si de algo hemos hablado en este tiempo de compartir laburos, es de cómo construir la propia subjetividad como científicxs, de cómo hacer, desde nuestro lugar, para que más gente se pueda ver a sí misma como científicxs. De cómo vernos a nosotres como científicxs, resistiéndonos a encajar en ese modelo de genio solitario; sabiendo que no somos genixs, y que solxs no trabajamos nunca, ni hubiéramos llegado a ningún lado.

Cuestión que me agarró medio envalentonada y le dije que sí, así sin pensarlo mucho. De a poco durante la semana me fue largando detalles, y me dio pánico. Que eran 150 adolescentes de entre 14 y 21 años, que la actividad se llamaba “Laboratorio de Ideas” y la coordinábamos nosotres dos. Me mandó una planificación, por wasap también, cinco días antes de la actividad. Planificación que leí y que no me disparó ni una idea. Nada. Lo volví a ver en la facu y le pedí que me explique más, que me traduzca. Dijo que era un foro de diferentes grupos scouts de Berazategui, que se juntaban desde el sábado a la mañana a compartir distintas actividades, dormían ahí y al día siguiente seguían. A nosotres nos tocaba el sábado a la tarde, a eso de las 19.

Lo que más miedo me daba era la cantidad de pibis, y las edades. Tengo un hermano de 15 años, y una de 19. Si algo no puedo es imaginármelos participando de una actividad como la planteada: les pedían que lleven insumos que hubieran generado en una instancia previa, identificando problemas de su comunidad, y además que se vistan como científicxs. Después tenían que recorrer los insumos de sus compañeres y hacer aportes, sugerir orígenes del problema, o posibles soluciones. Ni en pedo, pensé. Imposible que 150 pibxs se pongan a leer, a pensar, a participar. Pero bueno vamos, me paro al frente y si hay que gritar grito, si hay que correr corro, que se yo. Lo que nunca me imaginé es que iba a terminar haciendo pogo.

El sábado ese entonces arranqué temprano para la Estación, tomé el tren y bajé en Plátanos. Después caminé las dos cuadras desde la estación hasta el Centro Integrador Comunitario. Si bien ya no me reía de la cuestión scout, lo primero que me encontré al llegar fue un hombre de unos cuarenta años, con el pañuelito scout característico. Cuando decía que venía invitada por JJ me iban derivando a otra persona, que me acompañaba hasta la siguiente; así recorrí la parte de afuera, donde habían armado la “Plaza de la igualdad”, y llegué al salón principal, pasando por la cocina donde un grupo de unas diez personas adultas ya preparaban la cena en ollas gigantes. En ese momento, en el que pasé por la cocina acompañada de un pibe de unos 25 años con pañuelito scout, me cayó la ficha que en los diez años que llevo viviendo acá en La Plata, no fui parte de algo ni parecido a esto. Sentí la falta enorme, como un agujero negro que se me hubiera abierto a la altura de la boca del estómago, por el que aparecí de nuevo en la cocina del Club Juventud, con las mamás de mis compañerxs de básquet, o entre las que preparaban el mate cocido para servir el desayuno de la colonia de vacaciones en el ex Club Loma Negra. O con los padres, tíxs, abuelxs, hermanxs mayores que nos daban una mano para armar el muñeco de fin de año, el pesebre viviente, el viaje de egresadxs. Ya sea vendiendo rifas, poniendo el auto para llevar y traer cosas, gente, lo que haga falta para que sucedan esos eventos; para que la infancia de lxs pibxs del pueblo tenga esa magia del trabajo comunitario, colaborativo, autogestionado.

El último de la cadena de lxs que me fue atajando, otro pibe alrededor de los 25 años, me dijo que me acomode por ahí nomás, que JJ estaba al llegar; me ofreció té con galletitas, y me dejó esperando en unas sillas que había por ahí. Yo andaba con la cámara encima, y la usé un poco de escudo que me permitió animarme a meterme entre los distintos grupitos, detenerme a mirar qué estaban haciendo, preguntar a qué estaban jugando, hasta me animé a hablar con algunes.

Cuando llegó JJ se sorprendió de verme ya ahí, cámara en mano. Venía con su ritmo habitual, mezcla de ansiedad, alegría y preocupación. Enseguida fuimos con nuestras mochilas a una especie de aula que estaba del otro lado del patio, en el que estaban todos los materiales para la coordinación de las diferentes actividades. Volvimos a hablar de la planificación de la actividad: yo necesitaba pasar del lenguaje propositivo a ponernos de acuerdo en quién-dice-cada-cosa, cómo-vamos-a-hacer-esto y cuestiones así, más prácticas, mientras cortábamos papel madera de una bobina para armar afiches. Dejamos todo medio acomodado, y volvimos al salón principal.

Estaban todavía con la actividad previa al Laboratorio de Ideas, Bienvenidxs al tren se llamaba. Me acomodé por ahí para poder ver cómo era: les pibis estaban sentades en el suelo, con los ojos cerrados y las luces apagadas, y los coordinadores pusieron a reproducir una serie de audios, que presentaron como “una selección de los eventos más importantes de los últimos 20 años”. El primer audio era De La Rúa declarando el estado de sitio en el 2001. Seguía el clásico ruido de cacerolas entrechocándose, al ritmo de la rabia popular. Enseguida disparos, y después un fragmento de la asunción de Néstor Kirchner, el nombramiento de Bergoglio como Papa Francisco, Cristina hablando sobre la ley de matrimonio igualitario, cantos en una movilización pidiendo por la aparición con vida de Santiago Maldonado, y por último, de la vigilia antes de la media sanción en diputados por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, “abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer”.

Se me puso la piel de gallina, y al agujero negro que se me había abierto y un poco ya vuelto a cerrar, se le abrió una bifurcación que me llevó a mi primer año de militancia estudiantil, a cada marcha en la que grité y canté. El audio cerró con un fragmento del tema de Sui Generis: “pueden venir cuantos quieran, que serán tratados bien. Los que estén en el camino, ¡bienvenidos al tren!” Prendieron las luces, y uno de los coordinadores preguntó si habían podido identificar cada uno de los audios. Un chico que estaba muy cerca mío dijo que le costó el tercero; que parecía ruido como a guerra, y no entendió qué era. Escucharlo en su inocencia, sentir en su voz el absurdo de la represión, hizo que el nudo que se me había empezado a formar me tomara toda la garganta, subiera haciendo presión por los tubitos que hay por ahí atrás y desborde en un llanto ahogadísimo que me agarró totalmente de sorpresa. Mientras me hacía la boluda y me limpiaba las lágrimas, siento una mano en el hombro y la voz de JJ que me remata con un “gracias por haber venido, es muy importante para mí que estés acá hoy”. Lo miré por encima del hombro, estaba parado atrás mío, no pude articular palabra, cerré los ojos, bajé un poco la cara, intentando sonreír, asentir y agradecer, pero debe haber sido una mueca deforme, tensando todavía un poco más el nudo.

Las siguientes intervenciones de lxs pibis después de escuchar los audios no bajaron, ni en calidad ni en intensidad. Una piba con la cara llena de purpurina verde y violeta por ejemplo, dijo que ella había participado de marchas por Santiago y de la vigilia también, y que escuchar esos audios le había hecho volver al cuerpo las sensaciones de estar en las manifestaciones. Que se imaginaba que le pasaría lo mismo a quiénes hayan estado en las anteriores, de las que ella no participó por ser muy piba. Otro pibe rescató la narrativa propuesta desde esos audios: el siglo arrancó con el país prendido fuego, después se estabilizó todo bastante, se lograron cosas muy zarpadas, y ahora estamos otra vez en la misma, dijo. Se preguntó, interpelándonos a todxs, si siempre iba a ser así de cíclico, de inestable. Ya a esa altura, medio acostumbrada a la sensación del nudo en la garganta, esas intervenciones se sentían como cosas filosas que se iban clavando. Que las disparaban por turnos, levantando la mano para pedir la palabra, escuchando las intervenciones de los demás, y hasta respondiéndolas o retomando cosas que se iban diciendo para articular desde ahí su aporte. Yo a su edad no podía hablar en público ni un domingo en el almuerzo familiar.

De hecho, los coordinadores cortaron el debate porque ya se pasaba el horario previsto en la planificación, pero el intercambio hubiera seguido todavía un rato de no ser por eso. La transición entre esa actividad y la nuestra, fue ir a formar: todes en el patio, con su grupo, sus banderines.

Nosotres adentro preparamos el lugar: primero JJ buscó personas que nos dieran una mano, y entre todes juntamos las sillas, preparamos el audio, la compu para proyectar un video, dejamos a mano todos los materiales para las producciones, fibrones, afiches, lapiceras. Cuando entraron, se sentaron en el piso, y uno de los coordinadores presentó el video que hacía de introducción, y lo presentó a JJ. Cuando JJ empezó a hablar, con una voz inmensa, que no sé de dónde sacó, les pidió que se caractericen de cientificxs y pasen al frente. Cada grupo eligió un representante y lo mandó al frente con guardapolvo blanco, pelo corto despeinado, anteojos. La intervención de JJ fue para preguntarle al resto “qué onda con eso”. De nuevo me sorprendieron diciendo primero, que el guardapolvo capaz no era necesario, que dependía de qué cosas hiciera en el laboratorio. Pero mejor estuvo otra chica que después dijo que depende qué ciencia estudie también, porque si investiga lingüística por ejemplo, capaz no necesita ni siquiera un laboratorio. JJ les preguntó entonces si creían que al ver un científico por la calle lo reconocerían, o incluso uno ahí en el salón ese. Dijeron que probablemente no, y ahí aparecí yo en escena, poseída por un espíritu de animador de fiestas infantiles, agitando los brazos en el aire y diciendo que “soy científica”, (dios qué grande me sigo sintiendo esa etiqueta). Ahí JJ me presentó a mí, usó una palabra que había escuchado sólo en Sabrina la bruja adolescente: sinodal; y dijo que estaba para acompañar en la actividad. Después de eso les propuso que busquen los afiches que habían traído, generados en una instancia previa que si no entendí mal había sido incluso antes del foro, y les pidió que los acomoden para que todxs puedan ver lo que habían escrito. Eran problemáticas que habían detectado en su comunidad. Después tiró la consigna: cada une, lapicera en mano, tenía que recorrer los posters y dejar algún aporte, podía ser una posible fuente o causa del problema, o una posible solución. Les dijo que para recorrer cada uno de los posters, tenían un límite de tiempo: cuando termine el tema pasábamos a otra cosa. Les repartimos lapiceras, los hicimos ponerse de pie, JJ le hizo una seña al pibe que estaba encargado del audio, y se disparó Jijiji, de los redondos. El setenta por ciento de lxs pibxs se puso a hacer pogo, el resto empezó a recorrer los posters. En el estribillo vi una zapatilla que pasó volando, y vi que entre cuatro levantaban a un flaquito. Quedé en el medio, porque justo había ido a llevar lapiceras a un grupito del fondo. Esos chicxs son como bombas pequeñitas, cantaba Patricio Rey, y los pibis explotando, con sonrisas enormes, con un entusiasmo que se propagaba en cada salto, en cada no lo soñeeeeeeeiiiiiiieeeeeee que gritamos. Porque cuando me acordé que la única forma de sobrevivir al pogo es hacerse parte, me puse a saltar yo también.

Igual lo que más me sorprendió es que cuando pasó el estribillo, los que habían levantado al flaquito lo bajaron, y salieron a recorrer los posters y escribir sus aportes. Fue el pogo mas organizado en el que estuve en mi vida. Para cuando terminó el tema, estábamos todes con ganas de seguirla, pero JJ se paró al frente, levantó un brazo con tres dedos en el aire, algunes entre lxs pibxs empezaron a replicar el gesto, serios y en silencio, y al cabo de lo que habrá sido un minuto, se hizo silencio y JJ habló, para pedirles que se sienten. Era como un gran pido gancho. Después de eso incluso siguió la actividad, cada grupo leyó los aportes que había recibido en su poster (les pidieron que los conserven porque al día siguiente iban a retomar la actividad desde ahí), y hablamos sobre la creatividad. Sobre cómo enfrentarnos siempre al mismo desafío nos exige ser creativxs en las formas de abordarlo.

La actividad terminó con un aplauso, me agradecieron por haber participado, y se prepararon para ir a cenar. JJ me llevó hasta Bernal, a la casa de un amigo que me había ofrecido quedarme a dormir en su casa para no estar preocupada por el horario del Roca un sábado, que siempre es traicionero. No me acuerdo si le pude decir algo de todo esto en ese momento, durante ese viaje. Sólo sentía el nudo en la garganta que me hacía temblar la voz, pero no entendía todavía qué era lo me había conmovido tanto. Me acuerdo de haberle preguntado cosas, cuándo había empezado a participar en el grupo scout, si a su hijito lo llevaba siempre a las actividades de los sábados, si los lobeznos eran más chicos que los caminantes, si me regalaba un parche.

Ahora ya hace un tiempo que no coincidimos en las clases, compartimos el mismo espacio, pero desfasado: él está a cargo de un grupo de Fisicoquímica para Ingeniería, y yo para la Licenciatura en Química. A veces le consulto cosas de los laboratorios que me toca enseñar, hablamos de situaciones que se nos presentan con nuestros estudiantes. Nos seguimos preguntando qué es ser científicx, cómo hacer para que nuestro trabajo tenga sentido, seguimos conmoviéndonos por la potencia del trabajo en equipo. Buscamos excusas para trabajar juntxs, desde pensar proyectos de extensión, ferias de ciencias, jornadas de estudiantes interfacultades. Proyectos hermosos todos, que ya retomaremos.

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