¿Quién anda ahí?, o rondando la fotografía

Por Jerónimo Corregido

            La fotografía pareciera ser un concepto que se puede rondar y nunca terminar de definir. Se puede hablar de su desarrollo histórico, de sus particularidades técnicas, de su composición artística, pero siempre hay algo que falta o algo que sobra: la fotografía es siempre un poco más y un poco menos que sí misma.

Roland Barthes. Fotografía de Ulf Anderesen

            Así parece entenderlo Roland Barthes en su libro La cámara lúcida, donde el autor intenta despegarse de todos los supuestos conocidos sobre la fotografía y analizarla fenomenológicamente: qué es lo que está ahí y se me presenta como «fotografía», que es lo que hace que esto sea lo que es y no otra cosa. Barthes realiza descripciones eidéticas de diversas fotos y empieza a trazar nociones. La fotografía implica un agente, un ojo detrás de la cámara, o al menos un dedo en el disparador. A este sujeto, Barthes lo llama operator. También se presenta un sujeto receptor, alguien a quien el mensaje es dirigido voluntaria o involuntariamente: el spectator, quien llena los vacíos informacionales y da sentido al mensaje, pues la fotografía es, después de todo, un modo de comunicación. Finalmente, Barthes describe el spectrum, el objeto fotografiado, que revive en su imagen y vuelve a manifestarse a través de la materialidad de la foto, como un fantasma: el espectro, el retorno de lo muerto.

            Es que hay algo de sobrenatural o de sobrecogedor en la fotografía. Los reparos que tenían algunas civilizaciones antiguas en ser fotografiadas no eran inmotivados; luego, la banalización de los mecanismos reproductivos hizo olvidar las aprensiones iniciales, la solemnidad del ritual fotográfico. Ahora las fotos nos invaden, se multiplican, se vuelven el modo hegemónico de la comunicación.

            ¿Qué son estas imágenes? ¿A qué plano pertenecen? Barthes propone dos conceptos para analizar las fotos. En primera medida señala una característica que le es propia a toda imagen: el studium, entendido como la aplicación o el gusto por algo, lo cual incluye la descripción de las propiedades formales y técnicas de las fotos, además de su contexto histórico y su relevancia en el campo artístico o comercial. Todo eso, empero, no es más que la puesta en marcha de los mecanismos críticos sobre la imagen. Hay algo, que Barthes encuentra en algunas fotos, que traspasa, desgarra y constituye la imagen: el punctum, la incisión intrínsica, la discontinuidad fundacional. Barthes encuentra este aspecto en ciertos índices de las fotos: los brazos cruzados de un hombre, los dientes desparejos de un niño. Al igual que lo Real en la teoría lacaniana, el punctum evade las palabras, no puede ser articulado en oraciones. La lengua le es esquiva. El punctum, digo yo, es la manifestación silenciosa de lo Real a través de la fotografía.

Hay algo que habita las fotos, algo que intenta comunicarse con el spectator, de la manera misteriosa en la que los fantasmas se ponen en contacto con los humanos. “Who’s there?”, las palabras iniciales de Hamlet, son las mismas que les lanzamos a las fotos: ¿quién está ahí? O, mejor dicho: ¿quién anda ahí? ¿Qué es eso que se presenta como el referente, pero que no lo es? ¿Qué ánima habita el retrato? Barthes dice que los ojos de los sujetos fotografiados miran sin ver: en términos fenomenológicos, se trata de una noesis sin noema, es decir, del ejercicio de la facultad de aprehender sin la aplicación a una entidad aprehendida, o, como dice Barthes, «de un acto de pensamiento sin pensamiento, de un apuntar sin blanco». Una aberración perceptual.

A las fotos les es propia la pose, dice Barthes. No como modo de presentarse del spectrum, del objeto fotografiado, sino como modalidad perceptual del spectator. Las fotos se entienden a partir de la pose, como si esta fuera parte del canal de comunicación. Lo que está presente en la imagen no es solo una entidad, sino que es, sobre todo, un deber-ser de la realidad, un modo de presentarse y de poder percibirla. Las fotos muestran cómo son las cosas. La gota de leche de la famosa obra de H. D. Edgerton cae así porque así caen las gotas de leche; en la foto de Cartier-Bresson, el niño lleva así las botellas de vino porque así se llevan las botellas de vino.

Así se hacen las cosas, como están en la fotografía. ¿Quién hace las cosas que se hacen, quién dice las cosas que se dicen? Quién más: el sujeto impersonal de la ideología, la voz muda que impone cómo es el mundo. En «Retórica de la imagen», publicada en su libro Elementos de semiología, Barthes hace la diferencia entre mensaje icónico denotado y mensaje icónico connotado. El primero se refiere al input literal de la imagen: allí un niño, allí dos botellas de vino. Es un mensaje sin código. El segundo responde a la relación entre las imagénes, su sentido implícito. En el mensaje icónico connotado no se puede reconocer una referencia exacta, sino un conjunto invisible de vínculos. Entre las botellas y el niño no hay ninguna relación lógica ni referencial que indique qué está ocurriendo: ese vacío viene a ser rellenado por la voz de la ideología, que impone que los niños realizan tales tareas, que las botellas de vino son para tales personas, que a tal actividad le es dado el nombre de «hacer los mandados» y se hace así. Las relaciones institucionales, mudas en la foto, le dan sentido al mensaje.

La fotografía es un concepto que se puede rondar y rondar, y nunca terminar de definir. Ante todo, es una excusa para ejercitar el lenguaje y cuestionar los postulados de la realidad, para revelar la discontinuidad de la pretendida congruencia, para rebelarse contra la vocecita que hace las cosas que se hacen y dice las cosas que se dicen.

1 comentario en “¿Quién anda ahí?, o rondando la fotografía”

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