Por Jerónimo Corregido
Desde la loma se ven los árboles que amarillean junto al lago: una barrera de verdes y ocres y ramitas que se dibujan sobre el lienzo de agua pesada. Cae una gota sobre el parabrisas. Luego otra. El paisaje se empieza a motear, y ahora el cuadro abandona su realismo insistente para dar paso al impresionismo: las cosas no son exactamente lo que refieren las palabras, mas los objetos siguen siendo reconocibles. Sigo viendo los mismos árboles que se descascaran en tonos castaños sobre el lienzo de agua pesada, pero ahora la nitidez de la escena se difumina en brotes de agua, en deslices hacia fuera de los contornos, en ambigüedades ópticas. Caen cada vez más gotas sobre el parabrisas y comienza el expresionismo: las representaciones son dramáticas y desgarradas, los colores huyen de los objetos y las formas se deslindan de sus contenidos. La lluvia persiste y pone en evidencia que esos árboles no son tan árboles como parecían con el cielo despejado de la mímesis. El parabrisas cobra protagonismo mientras que las gotas chorrean por el vidrio; el paisaje se vuelve más difuso y surge la idea de que, en realidad, no hay ni lago ni árboles ni hojas amarillas, sino un simple y mero parabrisas donde cae la lluvia. La escena se vuelve dudosa y parcial. Ya no hay objetos sino referencias vacías. Truena un acorde en el fondo de la imagen. ¿Dónde estamos ahora?
Jerónimo Corregido