Por Santiago Astrobbi Echavarri
Tal vez algunos la encuentren en Hegel, en Kant, en Lacan o en Bergson. Otros afirmarán con vehemencia que está en la ficción, que ahí está, efectivamente. Pues otros audaces bramarán con entusiasmo y dirán que está en el deporte, que mente sana in corpore sano. Pero Hugh convenció a toda una generación occidental, y la convenció bien convencida, de que la cosmovisión adecuada (y déjenme recalcar la palabra “adecuada”, a la cual podría agregar la palabra “correcta”), la cosmovisión adecuada, decía, según Hugh, era la pornotopía: la búsqueda de la satisfacción de las fantasías sexuales debía ser el fin último del hombre blanco heterosexual occidental. Con la ayuda de un aparato publicitario e inmobiliario fashionista y perspicaz logró cambiar no solo la forma en la cual nos relacionamos con el sexo, objeto último de placer, sino con nosotros mismos, con nuestros cuerpos, con nuestros espacios, con nuestra inmediatez.
Al fundar e imponer la pornotopía, Hugh Hefner jala el gatillo que da comienzo a la carrera hacia la enajenación, hacia la escisión del ser; su ruina, también. No solo sexo por sobre todos los placeres, sino así, con ellas, acá.
Pero hay algo que Hugh no pudo prever, y es el surgimiento de las redes sociales. Sin que el hombre de las conejitas lo planeara, las redes sociales potenciaron esta pornotopía, la del hombre blanco, heterosexual y hegemónico. La prevalencia de esta versión postmoderna de la pornotopía original diseñada por Hefner es la temática de la obra dirigida por Niem Nitai.
Un sujeto macabro, víctima de su rol en la sociedad, en constante diálogo con sí mismo o con un otro que lo habita, intenta alcanzar un poco de tranquilidad a través de la única conexión real con la verdad: el celular. Tendido en el piso de la cocina, mientras la lluvia entra por la puerta que dejó abierta, mira y analiza, se maquina, se psicopatea. Se filma y nos muestra un yo no tan único, un yo que ya es muchos. La pornotopía, como un virus imparable, se ha apoderado de él.
Con recursos insospechados y una tensión casi insoportable, la obra nos incomoda, nos turba, nos interpela. Esa criatura horrible somos nosotros, ese ser despreciable y atontado nos representa. Sin embargo, se nos revela que el rol de víctimas tal vez no nos cabe del todo: nosotros pusimos todos esos “Me gusta”, nosotros aceptamos las condiciones de uso sin leerlas, nosotros nos creímos la fantasía de la pornotopía.
¿Ya no es posible volver hacia atrás?
Nunca fue posible volver hacia atrás.
Bienvenidos al fin: bienvenidos a la era de la pornotopía.