Por Javier Otero
—Manu, dejá esos ladrillos, terminamos por hoy —dijo Alberto y abrió la primera cerveza.
—¿Ya? —preguntó Manuel.
—¿Desde cuándo te gusta laburar tanto a vos, vago? —dijo Alberto y lo palmeó en la espalda—. Te parecés al tío Luca, hasta tenés el mismo lomo.
Manuel se rió y aceptó la botella.
Estaban en el campo, solos. Habían estado trabajando en la construcción de la nueva casa de verano toda la mañana. Iban a comer un asado y se volverían al pueblo para el partido del club.
—¿Trajiste los choricitos que te pedí?—preguntó Manuel.
—Recién venidos del campo del tío —dijo Alberto—. Y te traje el chimichurri ese que tanto te gusta, Titá.
Manuel se rió:
—Tahití —lo corrigió.
Tiraron los chorizos sobre la parrilla. Alberto fue a buscar los cubiertos. Cuando volvió lo vio a Manuel forcejear con el destapador.
—Al final tantas cervezas que quisiste traer, y no podés ni abrirlas —le dijo. A Manuel se le escapó una risa y el destapador se zafó. —Tené cuidado con ese destapador —siguió Alberto—, que lo trajo de Italia el tío Luca, era del nono, y si lo rompemos tu madre nos mata. —Lo palmeó y se levantó a buscar el pan.
El destapador era uno de esos con una chapita, muy incómodos.
—¿Por qué no le dijiste a Nahuel de venir con nosotros? Por ahí la habrías pasado mejor—preguntó Alberto al volver.
Manuel hizo fuerza de golpe y la tapa saltó. Un chorro de espuma brotó de la botella y le mojó las manos. Se llevó el pico a la boca y tomó un trago largo.
—Te vas a mamar antes de comer, Manuel —dijo Alberto—. Bah, yo me quejo y a tu edad tomaba más que vos.
El hijo le pasó la botella.
—Tomá entonces, viejo borracho —le dijo, y se rieron.
Los chorizos se hicieron rápido. Alberto le dejó un choripán a Manuel sobre la mesa y se hizo uno para él.
—Y entonces ¿por qué no lo invitaste a Nahuel?
—Ya te cuento—respondió Manuel, y se fue a lavar las manos a la pileta bajo el eucaliptus. Alberto se comió un choripán entero hasta que Manuel volvió.
—Te quería contar algo —dijo, y se sentó.
—Ya sé: vas a volver a jugar en el club.
Manuel negó con la cabeza y tomó un trago.
—Es sobre Nahuel… —dijo sin mirarlo.
—¿Qué le pasó a Nahuel?
—Creo que me gusta.
Alberto se quedó con la vista fija en el destapador. Buscó su vaso. Estaba vacío. Después miró el cielo.
—Parece que refrescó—dijo —. Voy a buscar el pulóver, ahí vengo. Servime más cerveza.
Manuel agarró el destapador y una cerveza de la conservadora. Intentó abrirla, pero la botella hizo un movimiento en falso y se deslizó. Lo intentó una, dos, tres veces, hasta que golpeó el destapador con todas sus fuerzas y la tapa saltó, pero al destapador se le rompió la chapita.
Mientras Manuel la buscaba por el suelo con la mirada, su papá volvió con el pulóver puesto.
—Qué fresco se puso —dijo—. Mirá los nubarrones que se juntaron.
Manuel le dejó el vaso lleno sobre la mesa y miró para arriba: el cielo estaba casi despejado.
—¿Te conté que cuando eran chicos tío Cachito y tío Luca se cogían las ovejas del nono? —dijo Alberto. Manuel lo miró—. Sí, al tío Luca siempre le gustaron las cosas raras…
Después dijo que tenía que ir al baño y se fue atrás de los eucaliptus. Manuel había empezado a comer el choripán.
—Con esto del tío Luca me acordé —dijo Alberto al volver—: ya no contás esos chistes que contabas antes.
Manuel no lo miró. Terminó de comer y de un trago vació el vaso.
—Bueno, voy a empezar a juntar —dijo Alberto, y empezó a apilar las sillas y la mesa y puso las botellas vacías en una caja, cargó la caja en la camioneta y con una pala juntó tierra y apagó el fuego.
Manuel dijo:
—Me acordé de un chiste.
Alberto se apoyó en la pala y lo miró.
—Dos tipos en un baño meando; mientras mean, uno le dice al otro, “tengo un negocio entre manos”. Justo entra un trolo y dice: “Ay… ¡y yo tengo un culo para los negocios!”
Alberto se puso la pala al hombro y después soltó una risa.
—Ya es tarde, Manuel. Todavía hay que guardar lo que falta y la ruta debe estar pesada; decí que hoy jugamos de locales.
Llevó la pala a la F100 y subieron.
Salieron para el pueblo. En el viaje Alberto no habló. Puso un partido en la radio a todo volumen y manejó con la mirada fija.
Al llegar al pueblo, Manuel le pidió que lo dejara en lo de Nahuel. Alberto dijo que no:
—Ando apurado, te dejo en la esquina.
Cuando frenó la F100, Manuel se bajó y, antes de cerrar la puerta, le dijo a su papá:
—Ah, hoy, abriendo una cerveza, se rompió el destapador. Lo dejé en el campo.
Alberto lo miró:
—¿Y para qué me lo decís, Manuel? Era mejor si no me enteraba.
Puso primera y pisó el acelerador.

Publicado en Gambito de papel N°9, agosto 2018