Por Martín Gorsd
(Tomás y Natalia hablan sentados en la mesa de una cocina. En la pared del fondo hay una mesada con cajones abajo y una alacena flotante arriba, en la pared de la izquierda una ventana y una puerta que dan a un patio. En la pared de la derecha otra puerta).
NATALIA. —¿Qué pasó con la chica?
TOMÁS. —¿Luisina?
NATALIA. —Sí, esa.
TOMÁS. —Ah, no sabés. Ahora te cuento, pero es medio largo ¿Hacemos unos mates?
NATALIA. —Dale. (Se levanta para buscar la yerba en la alacena, abre una puertita haciendo puntas de pie, busca tanteando con la mano pero no la encuentra, se detiene y gira hacia Tomás.) ¿Dónde está la yerba? (Tomás suelta una carcajada).
TOMÁS. —¿Qué sé yo? ¡Es tu casa! (Natalia ríe).
NATALIA. —¡Dale pelotudo! Si querés, además de preparar el mate, lo cebo ¡Pero no empieces a delirarme! (Tomás ríe).
TOMÁS. —¡No te estoy delirando! (Hace una pausa mientras entrecierra los ojos). Vos me estás delirando a mí, me parece. (Natalia se muerde los labios).
NATALIA. —(Impaciente). Dale tarado, ya no tenemos doce años.
TOMÁS. —(Con una sonrisa). ¿Me estás hablando en serio?
NATALIA. —(Resignada). Sí, te hablo en serio, dale, ya fue, decime dónde está la yerba y contame de Luisina.
(Se da vuelta y sigue buscando en la alacena mientras Tomás, confundido, frunce el ceño con la mirada perdida).
TOMÁS. —Bueno. (Hace una pausa, levanta los hombros y alarga la cara en un gesto de no entender qué pasa). Te creo.
NATALIA. —(Todavía de espaldas). ¡Sos un tarado! Sabía que era una de tus jodas.
(Quedan un momento en silencio: Tomás con cara de extrañado y Natalia, serena, creyendo que es una broma, sigue buscando en los cajones. No puede encontrar la yerba, se impacienta y se da vuelta, Tomás la mira y ella descubre su cara).
NATALIA. —¿Qué te pasa? ¿Por qué me mirás así?
TOMÁS. —Dije que te creo, no que era una joda.
NATALIA. —¿Eh? ¿Qué cosa me crees? ¡No entiendo!
TOMÁS. —(Con voz suave, como intentando que no explote una bomba). Te creo que estés convencida que no es tu casa, y no te preocupes, te voy a acompañar en lo que necesites. Pero deberíamos consultar urgente a un psiquiatra, supongo que… (Natalia lo interrumpe).
NATALIA. —(Ofendida). Perá, perá, perá ¿Me estás tratando de loca? ¡Tomás! La estás haciendo muy larga a la joda.
TOMÁS. —(Hablando en voz baja para sí mismo). A ver, ¿Cómo podemos hacer? (Se queda pensando unos segundos y luego empieza a girar la cabeza buscando algo. Cuando su vista da con la ventana se para de golpe y la señala). ¡Ya sé! ¡Mirá la soga del patio! ¡Está tu ropa colgada! (Se acercan a la ventana. Aclaración: la ropa no está a la vista del público).
NATALIA. —Esa no es mi ropa.
TOMÁS. —¿Cómo que no?
NATALIA. —Mía no es, te digo.
TOMÁS. —¿No ves que es de mujer? Si yo uso ropa de hombre ¿De quién más podría ser?
NATALIA. —(Irónica). No sabía que las mujeres usaban calzoncillos. Hay uno, dos, tres, cuatro calzoncillos ahí. (Los señala con su brazo extendido).
TOMÁS. —No son calzoncillos, mirale el tamaño, son bombachas Nati ¿Tampoco ves bien? (Hace una pausa). Basta de bromas, estoy hablando en serio, me preocupás, ¿Qué tomaste?
NATALIA. —¡Vos qué tomaste! ¡Son calzoncillos, nene!
TOMÁS. —Andá al patio y mirá de cerca, vas a ver que tengo razón.
(Natalia sale de escena por la puerta que está junto a la ventana, en el patio toma una prenda, la examina, la estira, juega con ella, se escucha un chasquido de estirarla y soltarla).
NATALIA. —(Gritando). ¡Claramente esto es un calzoncillo!
(Tomás empieza a caminar nervioso de un lado a otro hasta que ella vuelve. Cuando entra, él se detiene y la mira preocupado).
NATALIA. —¡Te dije que eran calzoncillos!
TOMÁS. —Nati, necesito que hablemos en serio, si te estás vengando por todas las jodas que te hice ya lo lograste, estoy asustado.
NATALIA. —No, tarado, yo no hago esas pavadas.
TOMÁS. —Bueno, entonces escuchame, yo tampoco te estoy jodiendo, tenés un problema, pero no te asustes, se puede tratar, hay muy buenos médicos en La Plata.
(Se quedan un minuto mirándose en silencio, ambos esperando a que el otro diga que es una broma. Natalia finalmente comienza a creer que está loca y se pone una mano en la frente).
NATALIA. —Pará, no. ¡Yo no estoy loca! ¿No son calzoncillos? (Tomás, serio, le dice que no con la cabeza). Decime que es una joda, por favor. (Tomás repite el gesto negativo y sigue serio. Natalia trata de buscar una explicación hablando para sí misma). Pero… si… yo… cuando llegué… (Tomás la interrumpe).
TOMÁS. —Vos no llegaste, toqué el timbre y me abriste, ¿No te acordás de eso?
NATALIA. —No, pero… ¡No estoy loca! ¡Esta no es mi casa! (Entra en pánico y comienza a caminar de un lado a otro hablando para sí misma). ¿Cómo puede ser? Si… yo… estaba… ¿Dónde estaba? ¿Por qué no puedo recordar? (Se agarra los pelos, Tomás se acerca y la abraza).
TOMÁS. —Paremos un poquito de pensar, tranquilicémonos.
(Se quedan unos segundos callados mientras Natalia solloza). Vení, vamos a ver unos dibujitos en la tele para despejarnos.
(Empiezan a caminar hacia la puerta de la pared derecha. Él va abrazándola sólo con su brazo izquierdo, y la guía porque ella llora con las manos en la cara de forma que no puede ver. Cruzan la puerta y entran en una habitación amplia, completamente vacía, sin muebles ni decoraciones, paredes blancas y lisas, de piso negro. Cuando llegan al centro se detienen. Tomás flexiona las piernas y se sienta sobre sus talones de cara al público. Con la mano derecha hace un movimiento como si encendiera un televisor con un control remoto. Natalia en ningún momento mira. Aclaración: los objetos televisor, sillón y control remoto parecen existir para Tomás, pero no están ahí, es decir, el público no los ve).
TOMÁS. —(Sin apartar la mirada del televisor). Dale Nati, sentate conmigo, está muy cómodo tu sillón nuevo. (Le da unas palmadas al supuesto sillón con su mano derecha).
NATALIA. —¿Tengo sillón? No sabía. (Sin mirar, desde donde está parada, se inclina para sentarse y se cae al piso. Confundida por el golpe, lo ve a Tomás y se le transforma lentamente la cara de tristeza y preocupación en una de gran ira. Con la mirada en el piso y hablando para sí misma). Claro, si sigo los consejos de un loco, voy a terminar loca yo también. (Hace una pausa, mueve la cabeza de un lado a otro como diciendo que no varias veces y gira el cuerpo hacia Tomás). ¡Sos un pelotudo! Yo convencida de que me volví loca ¡Y el loco sos vos! ¡La puta que te parió Tomás!
TOMÁS. —(Sin perder la compostura ni la atención al televisor). ¿Yo, loco? ¿Por qué me decís eso?
NATALIA. —(Gritando). ¡Estás sentado en el aire pelotudo! Dale, ya fue tu joda ¡Te fuiste a la mierda nene! No es gracioso ¡Me hiciste llorar!
TOMÁS. —(Sereno). Entiendo y acepto que no puedas ver el sillón, pero eso no quiere decir que no exista. Tranquilizate y pensá ¿Cómo te voy a hacer una joda tan pesada?
(Natalia, furiosa, tira unas patadas en el espacio donde intentó sentarse).
NATALIA. —¿Qué sillón? Mirá ¡Mi pie no se choca con nada! ¿Sabés por qué? ¡Porque ahí no hay nada! (Tomás lanza una carcajada).
TOMÁS. —Perdoname que me ría pero esto es muy raro, claro que ahí no hay nada boba, el sillón termina acá. (Da unas palmadas con su mano izquierda como si golpeara el apoyabrazos del sillón). De este lado te tenés que sentar. (Nuevamente da unas palmadas pero esta vez con la mano derecha). Vení, hay mucho lugar.
(Natalia no sabe si creerle o no, se siente confundida. Lentamente y con desconfianza se acerca al sitio que le indicó Tomás. Se arrodilla en el piso frente al lugar y lo explora con las manos hasta que pega un grito).
NATALIA. —¡Ay! ¡Es verdad! ¡Lo puedo tocar! (Tomás ríe).
TOMÁS. —Te dije, nunca llegaría tan lejos con una joda, tengo mis límites che. (Natalia se sienta sobre sus talones junto a Tomás. Mira a su amigo y luego hacia el televisor).
NATALIA. —Perdoname que no te creí y te grité. (Hace una pausa). ¿Qué estás mirando?
TOMÁS. —(Sin apartar la vista de la pantalla). Que, ¿tampoco ves el televisor?
NATALIA. —No.
TOMÁS. —Bueno, ¿Te voy contando lo que pasa entonces?
NATALIA. —Por favor.
TOMÁS. —Es el capítulo de Los Simpson en el que Otto se muda a la casa de Homero.
NATALIA. —¿Por qué era que se mudaba con ellos?
TOMÁS. —Porque Bart le hace perder el trabajo de chofer del autobús escolar. (Hace una pausa y se ríe). Ahora va por la parte en la que Otto le dice a… (Interrumpe el relato y mira hacia el techo).
NATALIA. —¿Qué pasa?
TOMÁS. —Se largó a llover ¡Tu ropa!
NATALIA. —Vení, ayudame.
(Ambos se levantan de un salto y salen corriendo por la puerta que da a la cocina. Pasan unos segundos y vuelven mojados con un bollo de ropa cada uno. El de Tomás son sólo prendas femeninas y el de Natalia sólo masculinas. Se ponen a ordenarla en el piso, cada uno por su lado).
NATALIA. —No puedo creer que esta sea mi ropa, la veo como si fuera de hombre. Si para vos es extraño Tomás, imaginate para mí. (Natalia suspira, Tomás la mira por un momento pero no le contesta). Voy a ir a buscar las cosas para planchar, ya vengo. (Sale por la puerta de la cocina).
TOMÁS. —(Antes de que vuelva Natalia, toma una bombacha y la estira frente a su cara.) ¿Esto un calzoncillo? Pobre mi amiga ¿Qué le habrá agarrado?
(Natalia vuelve con una mesa de planchar plegable y una plancha. Arma la mesa detrás de Tomás, cerca de la pared del fondo donde hay un enchufe, apoya la plancha y la enchufa. Tomás está concentrado y en ningún momento la mira).
NATALIA. —¿Querés ir poniendo los pantalones acá en la mesita? (Tomás agarra la pila de pantalones que ya tenía separada, se levanta y gira hacia ella, da un paso y se frena con un gesto de sorpresa).
TOMÁS. —¿Qué mesita Nati? (Se quedan los dos en silencio por unos segundos. Ella lo mira mientras le crecen los nervios). Ah, cierto, perdoname, me olvidaba. Voy a ir a buscar la mesita real. (Empieza a caminar hacia la cocina en un silencio tenso. Natalia colapsa, se agarra los pelos y, mientras patalea el piso, da un grito de impotencia. Impulsivamente agarra la plancha y la tira contra Tomás con todas sus fuerzas. Se apagan las luces justo cuando ella está realizando el lanzamiento. Queda la sala en oscuridad total, no se puede ver nada. El golpe de la plancha no se escucha, ni contra Tomás, ni contra la pared, ni contra el suelo. Por unos segundos sólo se oye la respiración agitada de Natalia. Luego un golpe seco como de un palo de madera, un grito ahogado de Tomás y la caída de un cuerpo al piso. Natalia grita asustada y se la escucha correr hacia la puerta principal de la casa. Sale dando un portazo. Un momento de silencio. Se escuchan unos pasos más, ahora sutiles pero perceptibles. Finalmente el sonido de una puerta cuando se la abre y cierra intentando no hacer ruido. Vuelve la luz y se ve un sillón de tres cuerpos ubicado en el centro de la habitación cubierto con una sábana blanca y una capa de polvo).(Tomás y Natalia hablan sentados en la mesa de una cocina. En la pared del fondo hay una mesada con cajones abajo y una alacena flotante arriba, en la pared de la izquierda una ventana y una puerta que dan a un patio. En la pared de la derecha otra puerta).
NATALIA. —¿Qué pasó con la chica?
TOMÁS. —¿Luisina?
NATALIA. —Sí, esa.
TOMÁS. —Ah, no sabés. Ahora te cuento, pero es medio largo ¿Hacemos unos mates?
NATALIA. —Dale. (Se levanta para buscar la yerba en la alacena, abre una puertita haciendo puntas de pie, busca tanteando con la mano pero no la encuentra, se detiene y gira hacia Tomás.) ¿Dónde está la yerba? (Tomás suelta una carcajada).
TOMÁS. —¿Qué sé yo? ¡Es tu casa! (Natalia ríe).
NATALIA. —¡Dale pelotudo! Si querés, además de preparar el mate, lo cebo ¡Pero no empieces a delirarme! (Tomás ríe).
TOMÁS. —¡No te estoy delirando! (Hace una pausa mientras entrecierra los ojos). Vos me estás delirando a mí, me parece. (Natalia se muerde los labios).
NATALIA. —(Impaciente). Dale tarado, ya no tenemos doce años.
TOMÁS. —(Con una sonrisa). ¿Me estás hablando en serio?
NATALIA. —(Resignada). Sí, te hablo en serio, dale, ya fue, decime dónde está la yerba y contame de Luisina.
(Se da vuelta y sigue buscando en la alacena mientras Tomás, confundido, frunce el ceño con la mirada perdida).
TOMÁS. —Bueno. (Hace una pausa, levanta los hombros y alarga la cara en un gesto de no entender qué pasa). Te creo.
NATALIA. —(Todavía de espaldas). ¡Sos un tarado! Sabía que era una de tus jodas.
(Quedan un momento en silencio: Tomás con cara de extrañado y Natalia, serena, creyendo que es una broma, sigue buscando en los cajones. No puede encontrar la yerba, se impacienta y se da vuelta, Tomás la mira y ella descubre su cara).
NATALIA. —¿Qué te pasa? ¿Por qué me mirás así?
TOMÁS. —Dije que te creo, no que era una joda.
NATALIA. —¿Eh? ¿Qué cosa me crees? ¡No entiendo!
TOMÁS. —(Con voz suave, como intentando que no explote una bomba). Te creo que estés convencida que no es tu casa, y no te preocupes, te voy a acompañar en lo que necesites. Pero deberíamos consultar urgente a un psiquiatra, supongo que… (Natalia lo interrumpe).
NATALIA. —(Ofendida). Perá, perá, perá ¿Me estás tratando de loca? ¡Tomás! La estás haciendo muy larga a la joda.
TOMÁS. —(Hablando en voz baja para sí mismo). A ver, ¿Cómo podemos hacer? (Se queda pensando unos segundos y luego empieza a girar la cabeza buscando algo. Cuando su vista da con la ventana se para de golpe y la señala). ¡Ya sé! ¡Mirá la soga del patio! ¡Está tu ropa colgada! (Se acercan a la ventana. Aclaración: la ropa no está a la vista del público).
NATALIA. —Esa no es mi ropa.
TOMÁS. —¿Cómo que no?
NATALIA. —Mía no es, te digo.
TOMÁS. —¿No ves que es de mujer? Si yo uso ropa de hombre ¿De quién más podría ser?
NATALIA. —(Irónica). No sabía que las mujeres usaban calzoncillos. Hay uno, dos, tres, cuatro calzoncillos ahí. (Los señala con su brazo extendido).
TOMÁS. —No son calzoncillos, mirale el tamaño, son bombachas Nati ¿Tampoco ves bien? (Hace una pausa). Basta de bromas, estoy hablando en serio, me preocupás, ¿Qué tomaste?
NATALIA. —¡Vos qué tomaste! ¡Son calzoncillos, nene!
TOMÁS. —Andá al patio y mirá de cerca, vas a ver que tengo razón.
(Natalia sale de escena por la puerta que está junto a la ventana, en el patio toma una prenda, la examina, la estira, juega con ella, se escucha un chasquido de estirarla y soltarla).
NATALIA. —(Gritando). ¡Claramente esto es un calzoncillo!
(Tomás empieza a caminar nervioso de un lado a otro hasta que ella vuelve. Cuando entra, él se detiene y la mira preocupado).
NATALIA. —¡Te dije que eran calzoncillos!
TOMÁS. —Nati, necesito que hablemos en serio, si te estás vengando por todas las jodas que te hice ya lo lograste, estoy asustado.
NATALIA. —No, tarado, yo no hago esas pavadas.
TOMÁS. —Bueno, entonces escuchame, yo tampoco te estoy jodiendo, tenés un problema, pero no te asustes, se puede tratar, hay muy buenos médicos en La Plata.
(Se quedan un minuto mirándose en silencio, ambos esperando a que el otro diga que es una broma. Natalia finalmente comienza a creer que está loca y se pone una mano en la frente).
NATALIA. —Pará, no. ¡Yo no estoy loca! ¿No son calzoncillos? (Tomás, serio, le dice que no con la cabeza). Decime que es una joda, por favor. (Tomás repite el gesto negativo y sigue serio. Natalia trata de buscar una explicación hablando para sí misma). Pero… si… yo… cuando llegué… (Tomás la interrumpe).
TOMÁS. —Vos no llegaste, toqué el timbre y me abriste, ¿No te acordás de eso?
NATALIA. —No, pero… ¡No estoy loca! ¡Esta no es mi casa! (Entra en pánico y comienza a caminar de un lado a otro hablando para sí misma). ¿Cómo puede ser? Si… yo… estaba… ¿Dónde estaba? ¿Por qué no puedo recordar? (Se agarra los pelos, Tomás se acerca y la abraza).
TOMÁS. —Paremos un poquito de pensar, tranquilicémonos.
(Se quedan unos segundos callados mientras Natalia solloza). Vení, vamos a ver unos dibujitos en la tele para despejarnos.
(Empiezan a caminar hacia la puerta de la pared derecha. Él va abrazándola sólo con su brazo izquierdo, y la guía porque ella llora con las manos en la cara de forma que no puede ver. Cruzan la puerta y entran en una habitación amplia, completamente vacía, sin muebles ni decoraciones, paredes blancas y lisas, de piso negro. Cuando llegan al centro se detienen. Tomás flexiona las piernas y se sienta sobre sus talones de cara al público. Con la mano derecha hace un movimiento como si encendiera un televisor con un control remoto. Natalia en ningún momento mira. Aclaración: los objetos televisor, sillón y control remoto parecen existir para Tomás, pero no están ahí, es decir, el público no los ve).
TOMÁS. —(Sin apartar la mirada del televisor). Dale Nati, sentate conmigo, está muy cómodo tu sillón nuevo. (Le da unas palmadas al supuesto sillón con su mano derecha).
NATALIA. —¿Tengo sillón? No sabía. (Sin mirar, desde donde está parada, se inclina para sentarse y se cae al piso. Confundida por el golpe, lo ve a Tomás y se le transforma lentamente la cara de tristeza y preocupación en una de gran ira. Con la mirada en el piso y hablando para sí misma). Claro, si sigo los consejos de un loco, voy a terminar loca yo también. (Hace una pausa, mueve la cabeza de un lado a otro como diciendo que no varias veces y gira el cuerpo hacia Tomás). ¡Sos un pelotudo! Yo convencida de que me volví loca ¡Y el loco sos vos! ¡La puta que te parió Tomás!
TOMÁS. —(Sin perder la compostura ni la atención al televisor). ¿Yo, loco? ¿Por qué me decís eso?
NATALIA. —(Gritando). ¡Estás sentado en el aire pelotudo! Dale, ya fue tu joda ¡Te fuiste a la mierda nene! No es gracioso ¡Me hiciste llorar!
TOMÁS. —(Sereno). Entiendo y acepto que no puedas ver el sillón, pero eso no quiere decir que no exista. Tranquilizate y pensá ¿Cómo te voy a hacer una joda tan pesada?
(Natalia, furiosa, tira unas patadas en el espacio donde intentó sentarse).
NATALIA. —¿Qué sillón? Mirá ¡Mi pie no se choca con nada! ¿Sabés por qué? ¡Porque ahí no hay nada! (Tomás lanza una carcajada).
TOMÁS. —Perdoname que me ría pero esto es muy raro, claro que ahí no hay nada boba, el sillón termina acá. (Da unas palmadas con su mano izquierda como si golpeara el apoyabrazos del sillón). De este lado te tenés que sentar. (Nuevamente da unas palmadas pero esta vez con la mano derecha). Vení, hay mucho lugar.
(Natalia no sabe si creerle o no, se siente confundida. Lentamente y con desconfianza se acerca al sitio que le indicó Tomás. Se arrodilla en el piso frente al lugar y lo explora con las manos hasta que pega un grito).
NATALIA. —¡Ay! ¡Es verdad! ¡Lo puedo tocar! (Tomás ríe).
TOMÁS. —Te dije, nunca llegaría tan lejos con una joda, tengo mis límites che. (Natalia se sienta sobre sus talones junto a Tomás. Mira a su amigo y luego hacia el televisor).
NATALIA. —Perdoname que no te creí y te grité. (Hace una pausa). ¿Qué estás mirando?
TOMÁS. —(Sin apartar la vista de la pantalla). Que, ¿tampoco ves el televisor?
NATALIA. —No.
TOMÁS. —Bueno, ¿Te voy contando lo que pasa entonces?
NATALIA. —Por favor.
TOMÁS. —Es el capítulo de Los Simpson en el que Otto se muda a la casa de Homero.
NATALIA. —¿Por qué era que se mudaba con ellos?
TOMÁS. —Porque Bart le hace perder el trabajo de chofer del autobús escolar. (Hace una pausa y se ríe). Ahora va por la parte en la que Otto le dice a… (Interrumpe el relato y mira hacia el techo).
NATALIA. —¿Qué pasa?
TOMÁS. —Se largó a llover ¡Tu ropa!
NATALIA. —Vení, ayudame.
(Ambos se levantan de un salto y salen corriendo por la puerta que da a la cocina. Pasan unos segundos y vuelven mojados con un bollo de ropa cada uno. El de Tomás son sólo prendas femeninas y el de Natalia sólo masculinas. Se ponen a ordenarla en el piso, cada uno por su lado).
NATALIA. —No puedo creer que esta sea mi ropa, la veo como si fuera de hombre. Si para vos es extraño Tomás, imaginate para mí. (Natalia suspira, Tomás la mira por un momento pero no le contesta). Voy a ir a buscar las cosas para planchar, ya vengo. (Sale por la puerta de la cocina).
TOMÁS. —(Antes de que vuelva Natalia, toma una bombacha y la estira frente a su cara.) ¿Esto un calzoncillo? Pobre mi amiga ¿Qué le habrá agarrado?
(Natalia vuelve con una mesa de planchar plegable y una plancha. Arma la mesa detrás de Tomás, cerca de la pared del fondo donde hay un enchufe, apoya la plancha y la enchufa. Tomás está concentrado y en ningún momento la mira).
NATALIA. —¿Querés ir poniendo los pantalones acá en la mesita? (Tomás agarra la pila de pantalones que ya tenía separada, se levanta y gira hacia ella, da un paso y se frena con un gesto de sorpresa).
TOMÁS. —¿Qué mesita Nati? (Se quedan los dos en silencio por unos segundos. Ella lo mira mientras le crecen los nervios). Ah, cierto, perdoname, me olvidaba. Voy a ir a buscar la mesita real. (Empieza a caminar hacia la cocina en un silencio tenso. Natalia colapsa, se agarra los pelos y, mientras patalea el piso, da un grito de impotencia. Impulsivamente agarra la plancha y la tira contra Tomás con todas sus fuerzas. Se apagan las luces justo cuando ella está realizando el lanzamiento. Queda la sala en oscuridad total, no se puede ver nada. El golpe de la plancha no se escucha, ni contra Tomás, ni contra la pared, ni contra el suelo. Por unos segundos sólo se oye la respiración agitada de Natalia. Luego un golpe seco como de un palo de madera, un grito ahogado de Tomás y la caída de un cuerpo al piso. Natalia grita asustada y se la escucha correr hacia la puerta principal de la casa. Sale dando un portazo. Un momento de silencio. Se escuchan unos pasos más, ahora sutiles pero perceptibles. Finalmente el sonido de una puerta cuando se la abre y cierra intentando no hacer ruido. Vuelve la luz y se ve un sillón de tres cuerpos ubicado en el centro de la habitación cubierto con una sábana blanca y una capa de polvo).
Publidado en Gambito de Papel N° 7, en marzo de 2017