Por Daniel Schechtel
Montaña
Aparece la montaña
tan grotesca como un casco
abollado por la guerra
y manchado de la plata
que se le achata en la frente
(como una vieja reliquia
en la cruzada del hombre).
Por las noches se sumerge
en recuerdos, mas mañana
el sol la traerá de nuevo.
Ese acero que se aprieta
contra el cielo le da brillo
como si orgullo tuviera
de ese trasto milenario
de fundición de planetas.
Aves, nieve, ojos, nubes
la rasquetean, la bañan,
la manchan, la ven, la pulen.
Por sus grietas corre el agua,
cual sangre de cráneo eterno,
y de ella bebe el hombre
bebe el alce, bebe el águila,
bebe el sol al levantarla
en nubes, crema de suero.
En los huecos de tu chapa
(esos valles de misterio),
se agazapan las hormigas,
donde fundan sus imperios
y entre sí forman la historia,
que contemplás en silencio,
que apenas te hace cosquillas,
en ese buraco abierto
de la herida de algún dios
que en un pasado te hicieron.
Las flechas que te han clavado,
esos árboles de hierro,
mantienen en vos la sangre
y transpiran su veneno.
Montaña, temible cráneo,
deforme pero sincero,
a veces creo ver, de noche
(cuando un relámpago negro
te da de lleno en la frente),
los ojos que el yugo vieron,
la flecha, la espada, el hacha,
cual fuera la forma exacta
del dragón o de la Muerte,
que se imaginó tu Miedo.
Tren a Ljubljana, Eslovenia, 4 de marzo de 2016
Una décima
Aprendí que en ministerios
del arte algo no se explica,
y no importa cuánto aplica
el crítico sus criterios,
uno no los toma en serio
si la obra nos conmueve.
Si quiere sol pero llueve,
jódase, pero si ansía
hacer arte, galerías
evite si odio promueven.
Erfurt, Alemania, 2015
Pequeña muñeca
Pequeña muñeca,
cuando se inclina tu talante
es para mí la noche que se inclina
y es tu rostro el que se aquieta.
Me gusta la versión sorda de tu boca;
tu piel rasgada de labios, como ramas;
sus jirones, que me muerden
como llamas de una antorcha.
Me gusta la versión sorda de tu boca
porque así habla esa tela
que se coloca entre ambos,
y jugamos a encontrar
con la boca, sin buscar,
el pasadizo secreto
por donde el beso se cuela.
Pequeña silueta,
cuando se inclina la noche
es tu rostro el que espera;
cuando la luna es un viejo
que se va tras la tapera,
cuando vuelve el sol del tiempo
y el humo es una tuquera,
es mi boca la que sangra
es tu rostro el que espera.
Erfurt, Alemania, 2016
Un soneto
Yo sé quién sos y vos sabés quién soy.
Ya no quedan misterios tras los ojos
ni recuerdos que inflamen un enojo.
Quizá por eso estamos acá hoy.
Sé bien que este café no es despedida;
lo sé gracias a vos, que me enseñaste
que amar es hacer bien, aunque un desgaste
destiña algún color. Llevo la herida
que te evoca y que sangra estos poemas,
del libro que escribiste y que es mi emblema.
Y espero no te sientas ofendida
si robo algún color de tu paleta
y alguna nota de tu voz secreta
para pintar los días de mi vida.
La Plata, Argentina, 2015
Publicados en Gambito de Papel N° 6, en agosto de 2016